El barcelonés que regresó del extranjero, para un oficio que aporta la máxima experiencia de personalización.
Reza un dicho inglés que nadie conoce mejor a un varón que su médico, su sastre y su amante. «Y es que en el probador un hombre está quizá en su posición más vulnerable, en ropa interior ante alguien que le está viendo tal como es —dice Chris Gimeno, sastre de nueva generación—, y que es testigo de si tiene un hombro más alto que otro, si padece algún problema en la rodilla, si lleva alzas, si es alérgico a algo, si es propenso a transpirar... De hecho, lo primero que hace un sastre, además de preguntar qué uso se va a dar al traje y qué telas le gustan al cliente, es observar a la persona. Y a veces descubrimos detalles, como descompensaciones o malos hábitos de postura, que el mismo cliente ignora... entre otras cosas porque de espaldas nunca nos vemos».
Cabría pensar que acudir al sastre es una operación incómoda, como acostumbra a ser la visita al médico. Sin embargo, se trata de una experiencia cálida, familiar, que tal vez intimide la primera vez, pero que aprendemos a valorar: se trata de modelar nuestra apariencia, y el resultado es un traje o un conjunto de prendas que se identifican con nuestra personalidad y nos hacen sentir bien en nuestro atuendo, frente a los demás y frente a nosotros mismos. Y que además es nuestra apariencia y no la de otros, pues es única, diferente, y a cuya creación hemos contribuido mano a mano con el sastre.
Chris Gimeno Chollet estudió diseño de moda en la escuela parisina del Istituto Marangoni, que, como se sabe, es italiano pero tiene sedes, aparte de Milán y Florencia, en París, Londres, Miami, Mumbái, Shanghái y Shenzhen. Trabajaba entonces prendas de mujer. Uno de sus profesores le invitó a sumarse a un proyecto de medida para caballero, que no acabó de madurar pero le introdujo en esa especialidad de la costura. Gimeno amplió su formación en los Estados Unidos. Allí descubrió que en Los Ángeles había poca oferta de trajes de calidad, así que compaginó la Universidad con el trabajo sartorial, a veces cosiendo trajes artesanos, a veces ofreciendo medida industrial que enviaba a confeccionar en Zaragoza. Así nació la marca Alexander 1922, inspirada en el estilo de vida de uno de sus abuelos.
Hollywood es Hollywood. Pero LA no es la Meca del buen vestir. Participa de un modo de ser estadounidense, exportado a todo el mundo, en el que la ropa no forma parte de las prioridades. O, al menos, no esa ropa que define la elegancia. «Los Ángeles es Hollywood, en efecto, que en nuestra imaginación asimilamos a las Galas, pero el día a día son los tejanos, las zapatillas deportivas y, eso sí, conducir Ferraris». Semejante inversión de prioridades, que también se ha extendido a nuestro entorno más próximo, se manifestaba en hechos llamativos «como que algunos clientes pudieran 'apretar’ en el precio de un traje a medida, fijando un límite de dinero muy exigente, mientras que se gastaban sin dudarlo un segundo 800 dólares en unas Nike de edición limitada».
Ese cambio de preferencias ha influido también en una contracción del mercado de la sastrería en otros países. Ciertamente, los precios de un traje a medida, entre 2.000 y 2.500 euros como media en España (ampliamente variable según la plaza, el sastre y lo que vaya buscando el cliente), no son los de las prendas de confección ni tampoco los de la denominada «medida industrial», que es más una personalización de prendas estándar que una realización individualizada como la de la sastrería artesanal. Pero un traje, cuidándolo, puede durar tranquilamente quince años. Mientras que ese iPhone, que a veces cambiamos sólo porque ha salido un modelo más actual, por su precio debiera durar diez años, y en la práctica no nos dura más de cinco.
Espera... comenzamos mal.
¿Estamos hablando de una profesión que no encaja con los tiempos que vivimos? ¡Qué va! En realidad es un oficio que tiene menos protagonistas pero que está ahí, con un público fiel, y con la llegada de nuevas generaciones de clientes que aspiran a recuperar también para sí mismos la experiencia de hacerse la ropa en el sastre.
Después de diez años en el extranjero, Chris Gimeno regresó a Barcelona hace poco más de cuatro, volvió a las raíces de la profesión, al básico de la sastrería artesanal, y al cabo de tres quiso dar un paso más incorporándose a un taller ya reconocido. El mismo día en que acudió a la sastrería de Josep María Blasi en la calle Balmes, cerca de Travessera de Gràcia, el dueño colgaba el cartel de rebajas por jubilación. «Yo venía a ofrecerle mis servicios de aprendiz, y me encontré con que se retiraba, así que me propuso quedarme la sastrería. Estudié la viabilidad, y en octubre de 2019 firmamos».
Y a los cinco meses llegó la pandemia.
Ha sido, por tanto, un comienzo atípico.
Esto significa, por ejemplo, que ha habido semanas de tener el establecimiento cerrado, y períodos de visitas irregulares. Sin embargo, este complicado tiempo también ha contribuido a que algunos sastres al borde de la jubilación dieran el paso de retirarse, con lo que su clientela se ha redistribuido, beneficiando a los talleres que permanecen.
Textil Exprés: ¿Es este, entonces, un oficio envejecido?
Chris Gimeno: En parte, lo es, o lo era. Actualmente vemos también gente nueva.
TE: ¿De qué edades hablamos?
CG: Yo tengo treinta y uno. De menos de cincuenta años hay al menos dos más en Barcelona, Aguilar y Sala, que ofrecen sastrería artesanal. Claro que tampoco somos muchos en total, de cualquiera de las edades. Por otro lado, existe la medida industrial, por supuesto.
TE: ¿Qué opinas de la medida industrial?
CG: Puede hacer daño a la sastrería si genera confusión. Pero yo la veo también desde un aspecto positivo.
TE: ¿Qué quieres decir?
CG: Lo importante es que el cliente de medida industrial sea consciente de que es «industrial». Muchas veces se le quita indebidamente el adjetivo. Le dicen al cliente: «le tomamos medidas, usted elige el tejido, los forros, los botones». Si no le explican nada más y le hacen creer que es sastrería artesana, están generando desinformación. En el caso de que su resultado sea diferente al que el cliente esperaba, puede adoptar una actitud negativa: «para esto, mejor me lo compro en un Massimo Dutti o en El Corte Inglés y me hago cuatro arreglos». Y así perdemos todos.
TE: ¿Y la parte positiva?
CG: Que una medida industrial bien hecha puede ser el primer paso para introducir al cliente en la experiencia de la auténtica sastrería a medida. Cuando empiezas a conducir no lo haces con un Mercedes. Pero, si la experiencia con un turismo más barato es buena, a lo largo de tu vida aspirarás a más. Lo mismo puede ocurrir cuando comienzas a encargarte los trajes.
En realidad, la mayoría de los sastres incluimos en nuestra tienda algo de confección de calidad y de medida industrial. Nosotros mismos tenemos algunos trajes semihechos, testigos para medida industrial. Pero el cliente que se aficiona a la sastrería acaba dando el paso hacia un producto auténticamente «bespoke».
TE: ¿Quién conforma esa clientela? ¿Cómo es el usuario que se viste de sastre?
CG: Tenemos un buen número de clientes afianzados. Y personas que vienen para una ocasión especial, por ejemplo una boda, de las cuales un porcentaje regresa para hacerse otros trajes que ya no son para ceremonia o eventos.
Los hay que vienen una vez cada año y medio o dos años. Y los hay que se hacen dos trajes por temporada, algunos de ellos desde hace veinte años, por lo que a veces me pregunto por el tamaño de su ropero. Los hay que necesitan vestirse de sastre por razones anatómicas, es decir que no encuentran su talla. Y los hay que no encuentran lo que quieren, por razón de gustos, por ejemplo si desean un corte menos pitillo que los que parece imponernos la moda, y en las tiendas de ropa confeccionada sólo ven «extra-slim».
TE: ¿Cuánto se tarda en hacer un traje?
CG: Nosotros hacemos tres pruebas. La primera es la más rápida y sencilla. En general los sastres tenemos un método de toda la vida para dibujar el esqueleto, la base de la americana y el pantalón. Luego procedemos a la afinada. Picar solapas y hacer la construcción lleva más tiempo. Más tarde ponemos mangas, sin acabar de forrar por si hay que seguir trabajando la prenda. Y finalmente acabamos.
En nuestro caso, en función de que nuestro ritmo de trabajo y la disponibilidad del cliente para venir a probar lo permitan, podemos tardar entre un mes y un mes y medio. Hay clientes de fuera de Barcelona de los que tenemos las medidas y un patrón, y nos llaman y nos dicen que van a estar en la ciudad en tal fecha; vamos preparando el trabajo y comenzamos el proceso cuando llegan, y quizá en diez días se lo puedan llevar.
TE: Al tomar una sastrería que ya estaba en funcionamiento ¿has respetado los métodos de trabajo, o los has cambiado?
CG: Yo siempre ha trabajado solo y con una producción pequeña. Al entrar aquí he encontrado a unas personas que ya tenían su método y trabajaban bien, y con una producción mayor. Soy de los que piensan que para qué cambiar algo que funciona.
Sin embargo he introducido algunos cambios organizativos. Hemos modificado y reducido el surtido de prendas no artesanales, y hemos modernizado algunos aspectos. Por ejemplo, en camisería sólo trabajamos ahora una marca austríaca confeccionada de gran calidad, y nuestra marca propia Alexander 1922. Todo lo demás es camisería a medida. En pantalones, dos marcas alemanas, y luego nuestra producción artesanal. En americanas, básicamente nos centramos en nuestra sastrería. ¿Complementos? una marca italiana de jerséis, una selección corta de cinturones originales, corbatas y foulards... Hemos dejado el calzado, no es nuestra especialidad, pero tenemos una colaboración con Galea Bespoke, dos jóvenes artesanos zapateros de Barcelona.
Otro cambio que estamos potenciando lentamente es el de la comunicación en internet, las redes sociales... para dar a conocer a los más jóvenes esta experiencia, adaptada a los gustos de las nuevas generaciones. Nos encontramos que muchos jóvenes aspiran a esa atención y esa experiencia del sastre que tenían sus padres o abuelos, pero no desean que sus trajes se parezcan a los de la generación anterior.
La «experiencia» es algo fundamental. Y es algo que se está descuidando en nuestro tiempo. Muchas veces todo se orienta a maximizar la venta, mientras que nosotros queremos maximizar esa experiencia de sastrería, como un trabajo individualizado para ti. Y eso no consiste en que nos des tu dinero y te vayas con un traje y adiós, sino en crear un vínculo con el cliente, porque además es lo que nos ayuda a conocerle mejor y ofrecerle la mejor personalización de su imagen.
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Publicado en TEXTIL EXPRES - Revista Número 252 - Diciembre 2020
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