Compartir inquietudes e informaciones es bueno, pero el expositor paga por hacer negocio.
Recientemente se ha celebrado en Francia un salón de servicios llamado Traffic, y los comentaristas han dicho que tuvo un gran éxito por su fórmula ferial, rica en «workshops» y en conferencias que permitieron multiplicar los intercambios de ideas entre proveedores y usuarios. Los animadores diversos del sector textil, en buena parte externos a él, que ahora proliferan, se aprestan (a la vista de esa experiencia) a encender los ánimos de los organizadores de ferias de la moda en Francia para que, como los de Traffic, las llenen de eventos que dinamicen, al menos idealmente, el contenido y tráfico de los respectivos certámenes.
España ha sido (aunque parezca extraño) muy madrugadora en esto, quizá porque contó, hasta cierto punto por azar, con la actuación de algunos promotores muy tempranos de esta actividad, capaces de suscitar el entusiasmo de los organizadores feriales correspondientes, ilusionados por la propuesta, y necesitados de contagiar al mayor número posible de participantes. Pero lo temprano de esas experiencias puede ya aportar algunas reflexiones. La realidad demuestra que el ingenioso, e incluso quizá enfervorizado, intercambio de ideas contribuye muy poco a la venta de pedidos para las colecciones que se exhiben, que al fin y al cabo es lo único a que aspiran los expositores al presentar sus muestrarios. Incluso a veces ocurre, y esto sí que es curioso (pero a la vez preocupante), que introducen en las conciencias de los oyentes la duda de si realmente era pertinente acudir como expositor a aquel certamen (puesto que, al parecer, las formas de negocio brillantes son ahora otras, o están en otra parte).
Es fundamental, en primer lugar, diferenciar ferias y ferias; qué se ofrece en cada una. Las de tejidos están muy cercanas a la órbita de la creación pura, de la generación de conceptos. En el caso de Texworld, por ejemplo, hay un sector-laboratorio, Avantex, que casi se mueve en el ámbito de la imaginación conceptual.
Pero una feria de moda final, exhibiendo colecciones sobre las cuales se recogen encargos que implican una producción y entrega a posteriori de prendas de vestir concretas (productos físicos que conllevan un compromiso material de fabricación, y que serán los que darán origen a una operación facturable), no es un salón de servicios en el que se intercambian ideas de negocio, lo cual es muy interesante pero no es lo mismo: no es la razón por la que el expositor está allí. Y el expositor es el que sostiene una feria, pagando los metros que ocupa.
Las ferias españolas de moda son de producto final. La obtención de órdenes de compra determinadas para las colecciones físicas ofrecidas en los stands tiene muy poco que ver con la eventual influencia de las disertaciones más o menos teóricas y generales que se hayan podido escuchar en las ponencias de los asesores de márketing (sin querer restarles a éstos su mérito y calidad profesional, en el ámbito en que sea de aplicación).
Sobre todo si, como a menudo ha ocurrido en los dos años últimos en las ferias españolas, la principal función de algunos de los ponentes parecía consistir en demostrarles a los partícipes feriales lo anticuados que estaban en sus prácticas de compraventa (es decir, de negocio) y, por tanto, en el hecho mismo de su participación en aquella feria. Lo cual, a lo mejor, era cierto; pero, en ese caso, ¿era lo que los organizadores del evento, con humildad franciscana, querían demostrar?
Es evidente que los dueños del escenario (es decir, del territorio ferial) son todavía los directores de los respectivos certámenes, y es aún facultad suya conceder o rehusar tribunas en virtud del interés general de aquella comunidad, y de lo que realmente quieren convocar. A menos que busquen, de hecho, cambiar de convocatoria y hacer, en tal caso, otro tipo de certamen. Y despertar el interés de otra clientela.
[Publicado en TEXTIL EXPRES - REVISTA 231 - Junio-Julio 2017 ].
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