El Gobierno francés prepara el futuro de su país. ¿Y no hacen los demás lo mismo, en sus respectivos territorios? Seguramente sí, pero unos con más intensidad y otros con menos, y cada cual con distinta orientación.
Concretamente en Francia, el Gobierno ha elaborado 34 planes industriales estratégicos que van a ser, ya a plazo inmediato, el esqueleto de una política. Su mera existencia marca de por sí los límites y los derroteros de una política de desarrollo, y las prioridades de la inversión.
Entre los sectores afectados por esos planes están el automóvil, la aeronáutica, las energías renovables, las nanotecnologías, el textil… 0, más exactamente, «los textiles técnicos e inteligentes», lo cual no significa todo el sector, ni siquiera su parte más llamativa, pero sí la que más implica un desafío de futuro.
Los portavoces del Gobierno han dicho que «estos planes dibujan los contornos de la sociedad de mañana: nuevas maneras de desplazarse, de habitar, de cuidarse, de producir y de consumir la energía, de nutrirse, de vestirse y de producir los bienes manufacturados».
Las autoridades han creído oportuno añadir que no se trata de volver a los grandes planes de los años 60 y 70, cuando el Estado era el inventor, el prescriptor, el productor, y el cliente final. «No se trata de sustituir a la iniciativa privada, pues son los industriales los que conocen los mercados, las clientelas y las tecnologías». Al Estado sólo le concierne dar un marco, acompañar en la acción y estimular.
Ya se ha realizado un intenso trabajo de análisis, de reflexión y de búsqueda, tutelado por el Ministerio de Reordenación Productiva con el apoyo del gabinete de estudios estratégicos McKinsey. Los planes aprobados lo han sido en función de tres criterios: El hecho de situarse en un mercado en crecimiento, fundamentarse esencialmente en tecnologías que Francia domine, y en fin, ocupar una posición fuerte en el respectivo mercado, con empresas líderes, o disponer de un ecosistema académico, tecnológico, económico e industrial que permita ocupar en él una plaza fuerte.
Durante la ejecución, cada uno de los planes tendrá un jefe de plan, salido del mundo industrial y económico al que dicho plan concierna. El Estado comprometerá desde el principio un primer fondo de financiación de 3.500 millones de euros, a título de «inversiones de futuro». Cada sector ha de movilizar los recursos de apoyo que puedan ser necesarios. El Primer Ministro revisará cada seis meses el estado de todos los planes.
En lo relativo a este sector, la Unión de Industrias Textiles (UIT), lo más parecido allí a nuestro Consejo Intertextil, actualmente presidida por una mujer, Enmanuelle Butaud, se ocupará inmediatamente de ver quiénes serán los actores interesados por el proyecto, determinar los mercados de una manera precisa, y los posibles financiadores.
Se piensa ya desde ahora en equipamientos de protección individual, equipo deportivo, salud y confort, llegando en todos los casos a productos finales, aplicaciones comercializadas y accesibles al consumidor. En un primer momento se va a constituir un comité de pilotaje. La UIT entiende que deben estar en él, sin falta, las entidades que participaron en la labor previa con la Administración (los centros tecnológicos Ifth y Techtera), y desde luego, a título personal indiscutible, otra mujer, Elizabeth Ducottet, que ya encabezó el grupo Thuasne que trazó el plan de acción de la «filière».
En cuanto a la tarea global de planificación, al nivel del Estado, se va a acometer enseguida una nueva fase: el Informe 2030, encomendado a una tercera mujer, Anne Lauvergeon, un estudio prospectivo que haga inventario de los grandes desafíos y de las tecnologías clave, que deberán imponerse en el horizonte de la tercera década del siglo; aunque este documento tendrá que adoptar una visión transversal del sistema económico, y no lineal de sectores (y para el que, en cualquier caso, el textil, de momento, no ha sido consultado).
[Publicado en TEXTIL EXPRES Suplemento 209 — octubre 2013 ].