La mano de obra es hasta cinco veces más barata que en China. Y los chinos (y no sólo ellos) están invirtiendo en el país.
En algunas de las informaciones que han circulado esta primavera sobre Etiopía como escenario próximo, o en realidad ya inmediato, de un gran foco de actividad textil que se está constituyendo en el área de confluencia del Mar Rojo y del Océano Indico, se ha hecho referencia a ese territorio como el país de la reina de Saba, un escenario de ensueño, en un área geográfica próxima a aquella, pero no la misma.
El reino de Saba (cuando lo hubo) estaba presumiblemente (ya que nadie lo sabe con certeza) en la península arábiga, es decir, al otro lado del mar, donde hoy se asienta el Yemen. Una zona actualmente en guerra, como se sabe, con Arabia Saudí. Hasta el palacio de la reina habían llegado entonces noticias de la sabiduría de Salomón, el rey de los judíos, y acudió a conocerle, atravesando toda la Arabia hacia el Norte; el encuentro fue largo y fructífero; tuvieron por lo menos un hijo; y desde aquellos tiempos los miembros de la cadena sucesoria de la corona en Etiopía arrastraban una especie de patronímico que hacía referencia al ilustre antepasado israelí, atribuyéndose ser descendientes de Menelik, el supuesto hijo de Salomón y de Makeda, la reina de Saba, y fundador de la presunta dinastía salomónica de los emperadores etíopes.
Desde luego todo esto es por un lado leyenda, y por otro queda asombrosamente lejano. En realidad las inquietudes de los etíopes van por otros caminos, nada que ver con «el país de la reina de Saba». Y al parecer, van muy bien orientados. Porque su territorio está en vías de convertirse en la primera plataforma manufacturera de África y, por lo que a nuestro ámbito de interés concierne, con un importante parque industrial dedicado a la cadena textil-confección.
Las condiciones a favor son muchas: costes de la mano de obra y de la energía ultracompetitivos, estímulos fiscales, estructuras de carreteras y ferroviarias en pleno desarrollo. Con la reciente llegada al poder de un primer ministro conciliador, en un país sujeto a diversas tensiones. Los inversores, principalmente chinos (pero no en exclusiva), se aprestan a desplazar su producción hacia este nuevo país-promesa, más de lo que ya estaban haciéndolo.
Etiopía, como hemos dicho antes, se dispone a ser la primera plataforma manufacturera de África. Tanto el impulso de los poderes públicos como el ímpetu de los inversores internacionales ayudará a mantener un crecimiento exponencial de la economía. El Gobierno ha señalado como objetivo de crecimiento para 2020 el de crear 150 empresas nuevas, con un aumento de facturación de 30.000 millones de dólares (24.000 millones de euros).
Entre los inversores extranjeros presentes, los chinos (que en los cinco últimos años impulsaron 370 proyectos industriales en suelo etíope) ocuparán el primer plano de la actividad inversora. Entre los grandes proyectos a desarrollar habrá los de la empresa china Wuxi Num. 1, la empresa israelí Bagir, el grupo Shandong Ruyi, y otros.
Desde 2016, este último grupo está construyendo en Hawasa, al sur de Addis-Abeba, uno de los mayores parques industriales del África subsahariana. Varias de sus unidades estarán consagradas al textil-confección.
La imagen actual del país de cara al exterior es, dicen los propios afectados, la de un nuevo Bangladesh. Sin embargo, las autoridades querrían evitar dar una impresión deprimente. El ministro de Comercio etíope, en una conferencia que dio en febrero último en Apparel Sourcing, el salón de París organizado por Messe Frankfurt, aseguró que, en primer término, todas las prescripciones medioambientales y de protección social exigibles en Occidente son rigurosamente respetadas.
Algunos grupos empresariales de Occidente han empezado a levantar importantes estructuras productivas en el país. Por ejemplo, el grupo americano PVP (Calvin Klein, Tommy Hilfiger) ha instalado una fábrica de 15.000 m2 y 800 puestos de trabajo que, más adelante, formará parte de un complejo de producción con 60.000 trabajadores.
Etiopía presenta actualmente tasas de crecimiento anuales que los observadores internacionales califican en algunos casos de «insolentes»: entre un 8 y un 11% el año pasado, según las compañías. En 2016, Etiopía había recibido inversiones internacionales por 1.800 millones de euros (aumento interanual del 22%).
Para la inversión empresarial, un gran aliciente es el de los costes de producción en el mercado interior. En lo que se refiere a la mano de obra, cinco veces más barata que en China.
Publicado en TEXTIL EXPRES - Revista Número 238 - SEPTIEMBRE 2018
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