El mundo estadounidense de la moda había apostado por Hillary Clinton. En cuanto a la industria de la confección, la política de Trump sobre el comercio podría descolocarla.
Unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos siempre son un espectáculo del debate político y, hoy sobre todo, una lección de cómo se puede conducir el reparto del poder por encima de la discordia social sin poner en juego la unidad del país, el principio esencial de ser americano. Según cuál sea el equilibrio social y político de cada momento histórico, el impacto de cualquier cambio sobre el «status» de un sector cualquiera de la vida pública puede ser muy importante. La industria americana de la moda, por ejemplo, que representa un conjunto de sentimientos e intereses, no es una espectadora pasiva del juego electoral.
Diane von Furstenberg, presidenta del Council of Fashion Designers of America, junto con su marido, ha sido muy activa en la campaña electoral, organizando actos y recaudando fondos de ricos donantes, a favor de la demócrata Hillary Clinton. Por tanto, la victoria de Donald Trump en las urnas es su derrota. Pero la de la presidenta del Consejo no es una voz aislada: la industria norteamericana del sector textil-confección, con sus dirigentes en cabeza, se alineó hace tiempo en el campo del librecambio abierto a todo el mundo.
En los años 60, el 95% de los artículos de vestir consumidos en el país eran fabricados en Estados Unidos. Durante los años ochenta se intensificó el comercio con China y en 1993 ya sólo un tercio de la vestimenta vendida en el país había sido confeccionada en Norteamérica. Hoy día, el 97% procede del Asia del Pacífico, incluidos los trajes de Donald Trump y las colecciones de prêt-à-porter de su hija Ivanka.
Ningún representante calificado del sector de la moda considera que darle la vuelta a esta situación vaya a ser positivo, y entendería como un desastre que Trump se dedicara a desmantelar los acuerdos de libre cambio, muy en particular el pacto Alena firmado en 1994 entre Estados Unidos, Canadá y Méjico, o el Tpp, la alianza de doce países del cinturón del Pacífico (en los que se incluyen Estados Unidos, Japón, Malasia y Vietnam). Consideraría igualmente nefasta una paralización de las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea para abrir una gran área transatlántica de libre cambio.
Es una situación quizá asombrosa: un sector textil-confección que se vería teóricamente favorecido por la política presuntamente proteccionista del candidato ganador y ya prácticamente presidente en ciernes, y que sin embargo no aprueba esa vocación.
Pero es que la historia de la economía demuestra que hay sus tiempos para las cosas, y que la apertura o cierre de los mercados no es un valor absoluto: es un valor a considerar en el conjunto de los parámetros que en cada situación se contemplan.
Por ejemplo, una reflexión que se podría hacer: ¿y si algunos, probablemente muchos, de esos confeccionistas mejicanos a los que se quiere poner una barrera arancelaria en el río Grande fuesen en realidad confeccionistas estadounidenses que trasladaron sus fábricas un poco al sur?
Por otra parte, si Trump pusiera en práctica su anunciado proteccionismo, no sólo desagradaría al sector textil-confección norteamericano (que al fin y al cabo sería, al menos en cierto número de casos, el supuestamente beneficiado), sino que sembraría la incertidumbre sobre el resto del mundo. Con el cual, en los negocios, también hay que contar.
La última palabra por ahora la ha tenido el propio Trump ya electo, a comienzos de diciembre. En campaña había anunciado un aumento de impuestos en los Estados Unidos para los fabricantes textiles del país que trasladaran producción a Méjico. Y ahora (aunque hablando en un plano informal) se ha desdicho.
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[Publicado en - Diciembre 2016 ].
© TEXTIL EXPRES - Revista - 2016