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Se convierte en un símbolo de la quiebra definitiva del gran almacén como modelo comercial, pero hay que reinventar la continuidad.

Lo que ya ha sido bautizado en Estados Unidos como la lenta agonía de los grandes almacenes Sears se ha convertido en el símbolo definitivo de la extinción de un modelo de distribución que había llegado a ser la manifestación por excelencia de la civilización comercial.

Cuando Eduard Lambert, presidente del Consejo de Administración de Sears Holdings, se acogió al capítulo 11 de la ley de la bancarrota, el 15 de octubre último, porque su grupo no estaba en condiciones de reembolsar una deuda de 115 millones de euros ante la Corte Federal de Nueva York, ponía de manifiesto el fin de un sistema de desarrollo económico. Anunciaba que tenía 5.900 millones de euros en activos para un pasivo de 9.700 millones, resultado de haber acumulado pérdidas de 7.000 millones durante trece años valiéndose de la generosidad del propio Edward Lampert como dirigente del fondo especulativo ESL, que durante todo ese tiempo había estado prestando fondos con regularidad (aplicando intereses cada final de mes) a su propia compañía.

El plan presentado por Lambert a la Corte Federal preveía el cierre de 142 puntos de venta para final de año, y otros en el mes de noviembre, y la cancelación de fondos para el mantenimiento de 220 grandes superficies cuyos contratos debían ser renovados. Eduard Lambert se veía colocado al frente de un pequeño Sears de 300 tiendas menores aligeradas de deudas, con condiciones, pues los proveedores ya anunciaron que no renovarían suministros más allá de diciembre si no se presentaban garantías.

Eduard Lambert había tomado el control de Sears a comienzos de los años 2000, reuniendo dos cadenas (la propia Sears y Kmart) que en 2006 facturaron 45.600 millones de euros con 3.770 puntos de venta; pero las nuevas dimensiones resultaron ser nefastas. Lambert es un experto de Wall Street, que ha demostrado, según los observadores, no saber nada de comercio.

Artur Martinez, que fue presidente de Sears durante los años noventa, evoca ahora una «tragedia americana», y nada menos que Donald Trump, en su posición de gran observador, se declara decepcionado. Pero no todo el mundo lo está: los gerentes de centros comerciales y de negocios inmobiliarios ven una excelente oportunidad de redistribuir las cartas. Y un escenario tan amplio como el de Estados Unidos da mucho juego a la imaginación.

Ya no hay que pararse demasiado en lo que de una forma u otra se liquida. Hay que poner en rodaje lo que se va a movilizar.

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