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  • No puedo decirte que seas tonto. Pero sí que eres insolidario.

Si España no se vuelve estéril ni de pensamiento único, ¿qué dirás entonces?

Ahora que parece que estamos dejando atrás la sexta ola de la pandemia, de una Covid-19 que tanto dolor ha dejado (sobre todo en 2020), y tanto daño ha causado en numerosos planos de la vida, no dejan de asombrar los comportamientos que la especie humana (esta especie que dice pertenecer a un orden intelectual superior) puede llegar a exhibir.

 

Si algo he aprendido a lo largo de los años es que a un tonto no puedes decirle que lo es, porque se ofende. Los tontos no creen serlo. Por el contrario, opinan que los demás lo son. Y, dado que tantas cosas son relativas, quizá tengan razón, pues la tontería puede ser subjetiva. Yo pienso que tú eres tonto, tú piensas que el tonto soy yo, ¿quién está en lo cierto?

Algunos hechos son (o parecen) incontestables, sin embargo. Y algunas valoraciones tienen lógicas meridianas, contra las que no parece muy sensato oponer un acercamiento de opinión. Que el plomo es denso y el aire liviano admite poco debate, aunque hay negacionistas que podrían hallar soporte a cualquier aserto. Si además el asunto tiene una dimensión emocional, ya no habrá nada que hacer.

Seguro que ustedes se habrán visto alguna vez debatiendo con alguien que sostiene toda una teoría sobre mimbres endebles que se vienen al suelo. Pero si la teoría ha sido construida para respaldar un sentimiento, no importa. Llegados a cualquier punto antes les desautorizarán mediante una descalificación (como esa tan común de llamar «fascista» a todo el que opina distinto) y punto en boca. Si les hacen ver lo ilógico de su actuación, se ofenderán. Y les dirán que son ustedes los equivocados, o quizá incluso los manipuladores.

No pretendo decir que ustedes, o yo, seamos los inteligentes, los dueños de la verdad. Es probable que todos en algún momento nos dejemos llevar por una irracionalidad emotiva. Ya dijo Blaise Pascal que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Cosa que viene bien para la poesía, o para la religión. Es decir, asuntos de fe, que precisamente son irracionales: se cree porque sí, no porque haya motivos para ello. En realidad, si la creencia fuera racional y con una base empírica, dejaría de ser fe, perdería su carácter religioso, y se convertiría en ciencia. Pascal, científico, lo dijo con intención de abrir un espacio de «verdad irracional», pues además de físico y matemático fue teólogo. Pero eso no sirve para el comportamiento práctico, ni siquiera para la convivencia humana. A veces el corazón nos pediría despertar a alguien de su (supuesta) ignorancia con un soplamocos, pero eso no es ni correcto ni oportuno, ni tampoco razonable. Si así anduviéramos, estaríamos todo el día asaltando Capitolios vestidos con testas de bisonte disecado, o al revés, repartiendo estopa a los bisontistas, por llamarlos de alguna forma.

En un mundo en el que hay universitarios tierraplanistas, o que creen que las estelas de condensación de los reactores nos fumigan con químicos esterilizantes, cualquier cosa es verosímil. Por cierto, estos últimos recuerdan al comandante de la base aérea de la película Strangelove, que desataba un bombardeo atómico sobre la Unión Soviética por creer que los comunistas nos estaban robando la virilidad mediante la fluorización del agua de boca. El personaje de ficción, víctima de andropausia, atribuía su problema a oscuros agentes soviéticos infiltrados en la agencia del agua. Los propagadores del mito de los chemtrails hacen lo mismo a su manera, con las estelas de los aviones.

Este artículo se redacta cuando va creciendo la indignación de los antivacunas, de momento en el plano de la legítima manifestación de pareceres, pero ocasionalmente con incidentes que esperemos no vayan a mayores. Afortunadamente, no en nuestra «retrasada» España sino en países mucho más «civilizados» que el nuestro. En algunos momentos amagan con emular a los chalecos amarillos franceses de hace pocos años, que poblaron Francia de disturbios.

Como hemos dicho, es fútil entrar en la calificación de esas personas. Por un lado porque, si son tontos, de nada servirá proclamarlo. Por otro, porque no podemos afirmar ciegamente que la evolución actual de la pandemia (aparentemente menos maligna) se deba al buen efecto de las vacunas. Como cabe que todo pudiera haber evolucionado igual sin pinchazos, deberemos declararnos corona-agnósticos.

Ahora bien: ¿qué daño les hace a los negacionistas la vacuna?

 

Con tan alto porcentaje de vacunados, los españoles debiéramos ser la muestra de eso tan malo que (dicen) nos da la vacuna.

Oí hace unas semanas en un bar a un enteradillo que no pensaba vacunarse, y afirmó que todo un equipo de fútbol que se había vacunado enfermó gravemente después de eso, añadiendo: «estas noticias no las verás en los telediarios». Entonces ¿de dónde las había sacado él? Cuando había mili habríamos dicho que «de radio macuto», o sea, credibilidad cero. Hoy, como somos modernos, será de redes sociales. ¿Tiene más credibilidad un cualquiera en red social que un médico o un científico en el telediario? Ya saben la respuesta: ¡por descontado que sí! Absurdo, pero así son las cosas y los tiempos.

Disculpe si usted está en el grupo de los negacionistas. Comprendo que a partir de aquí le habré perdido como amigo, puesto que lo estoy calificando mal. Le diré algo que, si posee razón además de corazón, le hará pensar. Aunque, si sus convicciones son muy firmes, le resbalará.

¿Qué cree usted que hacen las vacunas? Puesto que niega que sean beneficiosas, y entiende que son perjudiciales, será por algo. ¿Nos vuelven estériles? ¿Nos inyectan nano-robots que se apoderan de nuestras mentes (estoy pensando en el discurso del enormemente informado Miguel Bosé, por ejemplo)? Cuando compruebe usted que los españoles, de los que más de un 90% tenemos la pauta de vacunación completa de dos pinchazos, y muchos incluso tres, ni hemos perdido capacidad reproductiva (más allá de la que pierde una sociedad que envejece), ni hemos perdido diversidad de opiniones políticas (si dirigen nuestras mentes, lo hacen muy mal), entonces deberá replantearse su actitud. Pero no lo hará. La vena paranoico-conspirativa que habita en nuestro subconsciente hallará camino para inventar nuevas realidades y nuevas explicaciones.

Lo que sí que debiera usted pensar es no ha sido un insolidario. Da igual si comulga con extrema izquierda, extrema derecha, o centro extremo (¿existe eso?), o con ideales libertarios de catecismo simple. Aceptar el riesgo de contraer una enfermedad grave en tiempo de pandemias es comprar números para colapsar UCIs y tensar un sistema sanitario que también necesitan otros pacientes de enfermedades graves para las que no hay vacuna. A menos que usted firme por escrito que, caso de enfermar, renuncia a ocupar una cama de hospital. Eso sí que sería o habría sido coherente. ¿Usted cree que la existencia de una Covid-19 peligrosa para la humanidad es una patraña, y que la vacuna es en el mejor de los casos un engañabobos y en el peor un arma secreta de dominación? Muy bien. Pero que sepa que no merece usted tratamiento. La sociedad se lo dará porque es solidaria y compasiva, no porque usted se haya hecho acreedor al mismo.

Afortunadamente, si las cosas siguen como hasta ahora y la gravedad de la Covid-19 disminuye, al final nos importará un comino si usted se vacuna o no. La gripe está ahí, cada año mata a gente, pero en general su gravedad es menor, y nos da igual si alguien rechaza vacunarse. Allá él o ella. Así que los negacionistas, dentro de unos meses, nos importarán poco. Es como los terraplanistas: ¿quieren creer que la Tierra no es una esfera chata por los polos? Pues nada, cada loco con su tema. Mientras no molesten.

 

Con gente como tú, seguirían muriendo millones (de viruela).

Coletilla necesaria. Existió una enfermedad grave que ha pasado a la historia, y que probablemente no volverá, a menos que un malvado se apodere de las cepas que se conservan en laboratorios por si hubiese que volverlas a estudiar en el futuro. Nos referimos a la viruela.

Fue iniciativa de la Unión Soviética (algo bueno tuvo la URSS, ya ven) proponer en 1956 a la Organización Mundial de la Salud erradicar la enfermedad. Los EEUU lo apoyaron de buen grado, y se emprendió una campaña mundial de vacunación.

En aquella época no existían negacionistas. Aunque todos hayamos oído historias, posiblemente falsas, de hechiceros que cortaban brazos a niños a los que se les había inyectado una vacuna «occidental» (son leyendas genéricas, no relacionadas con la viruela). La mitología trabaja en ambas direcciones, vaya usted a saber. Pero no, en general no hubo oposición. Por tal motivo, aquella campaña se llevó a buen término y desde hace medio siglo no existe viruela en el mundo.

Solo en setenta años del siglo XX, la viruela (una enfermedad antigua, documentada en las momias egipcias) mató a 300 millones de personas y dejó a otros millones ciegos. Desde finales de los años 80, no ha habido un solo contagio.

Por suerte, tampoco apareció una ONG pro-biodiversidad que pudiera defender el derecho a la existencia de los virus responsables.

Perdonen este último disparate. Sí, esta última frase es una estupidez fuera de lugar, completamente inadmisible. Qué torpeza la mía, qué mal gusto, qué torticera expresión. Lamentable.

Pero, disculpen, estupideces mayores estamos leyendo o viendo cotidianamente. El sentido común existe, pero no es tan común como fuera necesario.

© TEXTIL EXPRES


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