Muchas ganas de encuentro presencial. Aunque, en viajes internacionales, no nos lo han puesto fácil.
La ventaja de una revista digital es que puedes cerrar hoy y publicar mañana, mientras que en papel los procesos son largos, a menos que seas una editorial de muchos posibles, con imprenta propia o a tus pies, y servicio de reparto urgente propio. Si dependes de logística (expedición, correos) de coste razonable, pasará bastante hasta que el producto llegue a su destino. Y en imprenta siempre estás al albur de colas de trabajo, pérdida de tanda por retrasos (por ejemplo en la llegada de un anuncio, o de las respuestas a una entrevista de cuestionario), o averías en las máquinas.
Esa naturaleza digital posibilita que este número, publicado a finales de la segunda semana de febrero, recoja una experiencia de esta misma semana. Y que viene al pelo como añadido al informe sobre el renacer ferial. Estamos seguros (lo hemos comprobado) que existen ganas de este tipo de encuentros. Existían ya en el otoño. Pero debe admitirse que, para recuperar los eventos presenciales, las cosas no están siendo fáciles (todavía).
Más allá de lo que se expone en otro artículo de este número al que acompaña la presente nota, nos gustaría exponer la experiencia personal de este cronista. No les contará nada que no conozcan ustedes de primera mano si es que son viajeros de ferias. Ustedes habrán vivido lo mismo, o peor. Pero déjennos plasmarlo incluso para constancia histórica, esa crónica que dentro de unos años alguien leerá: «fíjate cómo fueron las cosas en el comienzo de la post-pandemia».
El pasado final de verano Textil Exprés renunció a desplazarse a algunos salones internacionales, cuando comenzaba a retomarse la presencialidad tras el paréntesis de las primeras olas de pandemia. Solo estuvimos en Modtissimo, por cierto con inesperado éxito. Dentro de España, en Momad, que en septiembre fue sobre todo una promesa de reactivación, a espera de una consolidación que en febrero se ha confirmado a medias.
Vayamos a este año. Poca prensa internacional se ha desplazado a los salones de materias, fornituras y subcontratación Texworld Evolution y Première Vision. Pero Textil Exprés ha querido ser testigo directo de la recuperación presencial de unas ferias que el año pasado, o no llegaron a celebrarse de este modo (Texworld solo tuvo un showroom alternativo para establecer un hilo de continuidad), o lo hicieron de forma muy modesta (Première Vision se reinició con dimensión super-compacta). El mes que viene les informaremos de impresiones obtenidas en ambas convocatorias. Dentro de pocos días veremos qué sucede con Modtissimo en Oporto y con Fimi en Valencia. Las perspectivas son halagüeñas (ver otro artículo).
Centrémonos en la anécdota de los viajes internacionales. A la altura de noviembre, cuando no había comenzado a propagarse la variante ómicron de la Covid-19 y todo parecía más encauzado hacia la normalidad, hicimos reserva de vuelo de ida a París, noche de hotel, y vuelo de regreso. Eso habría permitido dedicar tiempo suficiente a dos ferias de tamaño normal. Claro que, para ferias compactadas, quizá no sea necesario demasiado tiempo, al menos en tareas informativas (otra cosa son quienes van a hacer negocio, que es de lo que tratan las ferias).
Avanzado el tiempo, la compañía aérea le avisó a este cronista que su vuelo de retorno le había sido cancelado, proponiendo un horario de regreso madrugador completamente inútil para el cometido del viaje. Así que se canceló el programa completo y se inició la reserva de otro del tipo lanzadera, ida y vuelta en el día. La complicación vino después.
La compañía aérea no facilitaba posibilidad de obtener tarjeta de embarque si no se sometían online documentos acreditativos de haber rellenado tres formularios. Por cierto, ¡tres formularios! Eso mismo ya es una tarea excesiva para un viaje de un día ¿no creen? Naturalmente, pasaporte Covid con certificado de vacunación; un formulario normalizado de la Unión Europea para entrar en Francia; otro específico español para la reentrada. En estos era necesario recoger el número de asiento del vuelo. Imposible de conocer sin sacar previamente tarjeta de embarque. Para la que era precisa una validación del pasaporte Covid sistemáticamente rechazada.
Averiguar en la línea aérea qué pasaba resultó tarea difícil. El teléfono de asistencia está oculto en un rincón de la página web: ahora todos quieren que el usuario resuelva las cosas por sí mismo en la sección de preguntas frecuentes. Una vez averiguado el número, las respuestas eran también automáticas, grabaciones del tipo «si es A pulse B», «diga en voz alta su pregunta», «perdón no le he entendido». Tras múltiples e infructuosos intentos apareció una señorita que dijo que era un «rechazo político de software» en el caso de Francia (¡¿político?!), así que debía presentarme en el mostrador de embarque cuatro horas antes, ya que había muchos pasajeros en la misma situación. «Señorita, a las tres de la madrugada ni siquiera han puesto el aeropuerto». En cuanto a los formularios que requerían número de asiento en el vuelo, me recomendó que pusiera el 99A, ficticio.
En la práctica, todo fue más fácil. Aparte de que, a la llegada a Francia nadie pidió los formularios (España sí que los recoge en las entradas a nuestro país, leyendo el QR obtenido). Pero ¿no es ridículo perder entre cuatro y seis horas de gestiones (incluyendo las frustrantes llamadas a la línea aérea, que merecen un capítulo aparte sobre los servicios de ayuda al cliente) para un viaje de quince horas idea-y-vuelta?
Naturalmente, todo este control, que recuerda a los requisitos para viajar a ciertas dictaduras, es en el caso de las pandemias absolutamente necesario. Pero está claro que puede haber viajeros que desistan si les resulta incómodo.
No hay que quejarse mucho, no obstante. Algunos países son más exigentes que otros, y hay líneas aéreas más ariscas que otras. En el interior de la UE podemos considerarnos, dentro de todo, afortunados. Las ferias europeas del primer semestre comienzan con malas perspectivas de visitas de Asia, por ejemplo. Dicen que los chinos que salen de su país deben pasar obligatoriamente, a su regreso, por una cuarentena en hotel. Para muchas empresas, eso es un coste adicional inaceptable y una pérdida de tiempo laboral, por mucho que nos hayamos acostumbrado al teletrabajo. Así que los chinos salen poco. Ni para exponer ni para comprar.
Por suerte, parece que la normalidad va regresando, progresivamente, en todos los órdenes. Dentro de poco, viajar ya no será un dolor de cabeza.
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