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Portugal es tan competitiva en el mercado que recibe más demanda de la que puede atender. Y eso plantea retos salariales y de atractivo de la industria... y una reflexión sobre deslocalización.

La conferencia de Euratex que se celebró el 3 de octubre en Oporto, de la que informamos en este número, dio lugar a que se debatieran en el foro público del ramo los problemas de ajuste por los que pasa el sector portugués de textil/confección en este período de expansión de actividades que supera con mucho las previsiones que se habían hecho en volumen de negocios y exportación, puesto que en 2017 ya están rebasadas las cotas que se estimaron para 2020. En la propia conferencia se comentó que este fenómeno era un verdadero caso digno de estudio internacional.

En la reunión plenaria de Euratex se iba a hablar sobre las supuestas deficiencias de competitividad de la Unión Europea en el nuevo marco mundial, y así se hizo, pero el caso de Portugal es contradictorio: el país es tan competitivo que le falta capacidad de producción para satisfacer toda la demanda que recibe, una verdadera paradoja. Aunque la insuficiencia de capacidad no se debe a escaso equipamiento técnico, que lo tiene (ahora) suficiente y moderno, sino a la falta de mano de obra para mantenerlo activo, sobre todo en el subsector de vestuario, no en el de textil de cabecera que es intensivo en maquinaria y está muy bien resuelto.

Esto podría dificultar en alguna ocasión el cumplimiento de los compromisos con el cliente principal, Inditex, puesto que es un gran comprador de prenda acabada… por lo general con un tiempo de entrega riguroso. Sería muy lamentable tener que fallar en el plazo de servicio. El representante de Portugal en Euratex, João Peres Guimarães, hizo públicas sus inquietudes sobre este punto (y la prensa recogió en titulares este concepto suyo muy explícito: «a falta de mão de obra aflige industria têxtil»). También el profesor Jorge Vasconcelos ofreció un análisis profundo y minucioso del proceso, aunque sin centrarse tanto en este aspecto concreto.

Parece que en el período anterior a la moderna transformación de la economía mundial, en lo que pudiéramos llamar el antiguo régimen, la industria textil, que era la más importante del país en mano de obra, tenía un régimen laboral poco flexible, en las relaciones con el personal, y al producirse ahora la modernización (y consiguiente diversificación) de la industria del país, las generaciones anteriores, que conservaban un recuerdo poco gratificante del trato imperante en el textil antiguo, han estado desviando las preferencias de empleo de sus hijos hacia sectores considerados más gratos. Es un fenómeno que también hemos conocido en España.

El textil actual, de formación moderna, es obviamente más avanzado en todos los sentidos, tanto técnicos como psicológicos (en el aspecto humano, se supone que el trato es ahora satisfactorio, si es que antes no lo era), aunque puede ocurrir que los salarios actuales, en torno a los 600 euros, no sean bastante tentadores en comparación con los que empiezan a regir hoy en otros sectores industriales.

Por otro lado, aparte de la retribución, y de posibles reticencias sobre las relaciones sociales pretéritas, los aspirantes a empleo prefieren orientarse hacia otras actividades porque no se acaban de creer del todo lo de la recuperación del textil. Piensan que puede ser transitoria, y que es mejor orientarse hacia las actividades de futuro asegurado.

Al parecer algunos empresarios, que necesitan incrementar el rendimiento de sus industrias para satisfacer las exigencias de servicio de su gran cliente Inditex, han optado por establecer fábricas en los países norteafricanos (dicho así de una forma genérica, aunque esencialmente se trata de Marruecos), que hoy día disponen de una mano de obra abundante y bien formada y a precios compatibles con el nivel de retribuciones que ellos creen que pueden pagar.

No se trataría de subcontratar a confeccionistas magrebíes, que siempre puede hacerse, sino de producir en Marruecos los portugueses mismos (lo que significaría instalar su propia planta allí, o sea invertir) empleando a personal de confección local.

Pero he aquí que, llegados a este punto, el problema se plantearía, al parecer, en otro nivel de la relación de costes: el del personal cualificado, el directivo. Porque al textil portugués no sólo le faltan trabajadores de taller, sino también cuadros de mando suficientes, personas que conozcan la tecnología y puedan dirigir la producción; los tiene muy buenos, pero no suficientes. A ese nivel se ofrecen sueldos de 1.200 euros o más, y no se encuentra gente. No hay ingenieros textiles, ni siquiera alumnos, hasta el punto de que alguna escuela del ramo ha tenido que cerrar. Es decir, no hay vocaciones.

Y en ese plano se ha dado ya la paradoja, al parecer, de que alguna fábrica que se instaló en Marruecos, donde ha tenido que afrontar un coste de implantación, ha conseguido sin problemas un buen personal local de talleres (que inicialmente era lo que se buscaba), pero estuvo a punto de perder sus mandos porque se los llevaban otros fabricantes marroquíes pagando sueldos mayores. Aquí se trataría de otro plano del problema, y en las conversaciones derivadas del encuentro de Euratex no se llegó, al menos en los días inmediatos, a ese nivel de análisis.


  

Publicado en TEXTIL EXPRES - Revista Número 233

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