Fue en el año 1990 cuando falleció en Barcelona el modisto Pedro Rodríguez Cervera, nacido en Valencia en 1895, trasladado con su familia en la adolescencia a Barcelona, donde en 1917 abriría su primer taller de costura. Se cumplen, pues, veinticinco años de su desaparición. Que significó, por otra parte, en términos de país, y como luego se verá, el final de un período histórico.
Volvamos a sus comienzos: en 1924 acudieron a Barcelona los monarcas del momento, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, para «dar por recibido» (o sea, tomar posesión, ¡recovecos de la historia!) el Palacio de Pedralbes que la aristocracia catalana había hecho construir para la familia real. En la fiesta celebrada con ese motivo, 28 vestidos de los que se lucieron en la gala final habían sido confeccionados en los talleres de Pedro Rodríguez. Su éxito como modisto había sido espectacular; su sintonización con la sociedad del momento, también.
Pero su consagración pública le llegó en 1930, también en la capital catalana, gracias al desfile celebrado con motivo de la Exposición Universal de Barcelona, que cerraba la muestra «la moda y la danza, desde el siglo XIX a la época moderna» presentada en el Palacio Nacional de Montjuïc.
Los años 30 fueron, para esta actividad y para otros apartados de la vida social, un período confuso, que se acentuó al surgir la guerra civil; los modistos Balenciaga y Pedro Rodríguez salieron del país por San Sebastián, estableciéndose en París, donde Balenciaga se quedaría para siempre y adquiriría fama mundial. Pedro Rodríguez regresó a España en 1939 y contribuiría a establecer en Barcelona la Cooperativa Española de la Alta Costura, de ámbito nacional, a semejanza de la que existía (y sigue existiendo) en París, y de la que fue presidente desde la fundación hasta prácticamente su muerte.
El período más brillante de esta entidad fue el que protagonizaron los llamados «cinco grandes de la moda española»: Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Manuel Pertegaz y dos razones sociales: El Dique Flotante y Santa Eulalia. En los años posteriores irían rotando en su nómina otros diseñadores, pero siempre con el mismo presidente.
Por lo que se refiere a la actividad personal de los negocios de Pedro Rodríguez, tuvo casas abiertas en Barcelona, San Sebastián y Madrid durante casi cincuenta años, y viajó mucho por el extranjero, particularmente por Estados Unidos.
El último período de su vida fue muy difícil para la alta costura, y por supuesto para la Cooperativa, que acabó diluyéndose. De hecho, cuando él murió ya no estaba activa. En el plano individual, esa situación determinó el cierre de muchos de los negocios del sector, incluidos los del propio Rodríguez, en lo que influyeron básicamente tres fenómenos del contexto histórico: la aplicación del calificativo fiscal de sector de lujo, en España, a los negocios de alta costura, lo que encarecía sus costes de mercado y su gestión; otro de orden sociológico, ya que el país entraba en una etapa de distinta sensibilidad social para las cuestiones de ostentación (la alta costura simbolizaba otro tiempo); más un factor universal de cambio de mercado: la irrupción del prêt-a-porter como nueva forma de (bien) vestir.
Al cumplirse los 25 años del fallecimiento del eterno presidente de los modistos, el recuerdo de lo que representó es muy evanescente y, ciertamente, pertenece a la historia. Ahora bien: de la historia también se vive, cuando se sabe utilizarla para aprender. Y en la obra de Pedro hay seguramente muchas lecciones «de oficio».
[Publicado en TEXTIL EXPRES Suplemento 220 — septiembre 2015 ].