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TEXTIL EXPRES – REVISTA 254

En principio, 2022 solo puede ser mejor que el año que dejamos atrás... que ya fue mejor que el anterior.

En este fin de año 2021 y entrada de 2022, circula con abundancia una viñeta que se va pasando de mano en mano (es decir, de un teléfono móvil a otro vía whatsapp) con el grupito de amigos o familiares abriendo la puerta del nuevo año desde detrás de una columna o pared, haciendo uso de una vara. Es decir, abriéndola con cautela, desde la distancia, y parapetados tras un saliente. A ver qué bicho nos trae.

Pues bien, llega un nuevo año que, en principio, solo puede ser mejor. Y, desde luego, mucho mejor que el precedente, 2020. Es cierto que todo se desarrolla con lentitud y que los sobresaltos llegan cuando menos se espera. Pero, ánimo. Venga, arriba los corazones.

 

El lento adiós de la coronacrisis.

Es un titular muy sencillo. Conciso. Y lo resume todo. También podríamos haberlo evocado un título cinematográfico, atendiendo a lo que nos han dicho varias personas. Que esto de la «coronacrisis» es agotador y frustrante, y que les recuerda a la película «El Día de la Marmota» («The Groundhog Day»), que en España tradujimos por «Atrapado en el Tiempo»: un levantarse cada día en la misma fecha del calendario, y repetir la jornada una y otra vez, siempre desde el mismo principio.

En ese sentido, y desde un lenguaje más culto/clásico, podríamos hablar del mito de Sísifo, rey de Corinto condenado por los dioses a portar eternamente una piedra a lo alto de una colina, que, antes de llegar a ella, rodaba por la ladera y obligaba al maldito a repetir su trabajo. A los autores de la Mitología griega les encantaban este tipo de cuentos, como el suplicio de Tántalo, que tiene algo similar, pues su castigo era tener sobre la cabeza frutas que se retiraban cada vez que intentaba comerlas, pendiendo sobre su cabeza (además) una roca oscilante, siempre amenazadora.

Por lo que atañe a la Covid-19, en noviembre parecía que la vida regresaba a la normalidad, cuando emergió en lo que en España hemos denominado «sexta ola», pero que con distintos números ordinales ha afectado generosamente a toda Europa y, más o menos, a todo el planeta, devolviéndonos a una realidad que pensábamos haber abandonado.

Esa variante ómicron parece menos mortal (aunque también mata) pero más contagiosa, y al objeto de combatirla los países han vuelto a adoptar restricciones que afectan a la movilidad de las personas, por tanto a los viajes internacionales, y nos ha reactivado el teletrabajo, los toques de queda (variables según zonas) y las limitaciones a la reunión, incluso la de carácter familiar.

El impacto de la variante ómicrom del coronavirus es sin duda inferior al de las primeras oleadas de la pandemia. Ya sea por las características del virus, ya por la generalización de las vacunaciones, tanto las tasas de mortalidad como la saturación de los sistemas hospitalarios son menos elevadas. Y las restricciones que afectan a las economías no son tan estrictas.

Aun así, ya han provocado cancelaciones de eventos en el mes de enero. Y sobre todo han reducido la actividad social relacionada con las Navidades, lo que irremediablemente incide sobre el consumo de ropa.

Porque, de forma diáfana, y aunque mucha gente se viste para gustarse a sí misma, es todavía más la que se viste para gustar a los otros, y los encuentros de amigos, familiares, o las comidas/cenas de empresa, constituyen ocasiones para lucirse con prendas adecuadas, por lo que invitan a renovar el ropero. No es estrictamente necesario ir a una boda para comprar un nuevo vestido, pero está claro que quien se queda en casa o sale poco puede apañarse con lo que ya tiene en el armario.

En razón de ello, no extraña en absoluto que el comercio de moda, que en noviembre estaba razonablemente contento por el resurgir de la demanda de consumo en las tiendas (bastante activo por las fechas del Black Friday), se haya mostrado a finales de diciembre disgustado con el descenso de la frecuentación de los puntos de venta y la pobreza de ventas, en un mes que acostumbra a ser bueno para el negocio de la moda.

Es de todos modos una queja que no puede ocultar una realidad: el negocio detallista del sector ha mejorado en 2021. Cosa que quizá no era difícil, después de un 2020 pésimo. Pero tampoco ha sido un año merecedor de grandes lamentaciones.

La pregunta que muchos formulan es «qué vendrá después de ómicron». Porque la sexta terminará. Pero muchos temen (la experiencia nos lleva a este fatalismo) que vendrá una séptima ola. ¿Volveremos a comenzar el recurrente día de la marmota?

Hablamos del «lento adiós de la coronacrisis», y la expresión es perfecta. Porque de la crisis llevamos saliendo desde hace meses. Solo que no es un gran rebote, sino una senda ondulada, de trayectoria ascendente pero con paradas y pequeñas inflexiones. Es un «adiós» indudable pero de escasa velocidad.

 

¿En vísperas de un año ferial normalizado?

En ese mismo sentido debe incluirse otro de los temas que se citan en la portada del presente número de Textil Exprés: ¿Estamos en vísperas de un año ferial normalizado?

Como gustan de decir quienes adoran los matices de las cosas, «sí y no». Sí, porque las ganas de encuentros feriales son fuertes. No, porque ya entramos en enero con cancelaciones, traslados de fechas, y probablemente en febrero (en que suponemos que las citas feriales sí que se podrán respetar) las cifras no sean las mismas que antes de la pandemia.

Si tomamos el último ejemplo pasado del salón de tejidos de referencia Première Vision, en septiembre su dimensión estuvo claramente muy disminuida tanto en oferta como en visitantes, respecto a una edición normal. Lo primero fue muy ostensible, por el recorte de metros cuadrados. Lo segundo quizá quedó algo disimulado precisamente por ese hecho: menos visitantes, concentrados en menos metros, pueden sostener mejor su impresión visual. Pero la caída fue también notable, con 17.000 visitantes para todo el conjunto de sectores (desde tejidos hasta fornituras y subcontratación), frente a los más de 60.000 que acostumbraba a recibir.

Es de suponer que a partir de ahora las cifras irán remontando, pero no es probable que podamos hablar de una auténtica recuperación de niveles pre-pandemia antes de 2023. Son muchos los factores incidentes, desde la incertidumbre generalizada en el sector (como en otras parcelas económicas), que lleva a cuestionar inversiones y gastos, hasta los obstáculos para viajar, en forma de requisitos y exigencias, que vuelven particularmente engorroso, si no imposible, desplazarse entre continentes. Por esta última razón, es imaginable que, en las primeras convocatorias de 2022, la mayor parte de los visitantes de eventos en Europa tengan origen dentro del espacio de la UE, con menor número de visitas llegadas desde otros territorios.

Lo que sí que se ha podido constatar durante el último año es que los distintos sectores (y no solo en la moda), aunque sin duda pueden vivir sin encuentros feriales físicos, desde luego echan mucho de menos esos puntos de contacto personal, en los que es posible obtener conocimientos y experiencias que no se adquieren en la relación telemática.

Todas las ferias (o la mayoría, pues queda alguna excepción) han apostado por una dimensión digital complementaria, por lo que propiamente casi todas son ya híbridas. Sin embargo, a lo largo de los dos últimos años se ha venido detectando un doble y quizá contradictorio sentimiento: por un lado nos hemos habituado a la práctica de la teleconferencia y la telecompra; por otro, estamos ligeramente saturados, una vez superado el desafío (y quizá el atractivo) de la novedad, así que anhelamos el contacto humano directo.

Sabemos que para el año próximo hay sed, o hambre, de relación ferial directa, presencial, entre oferta y demanda, en las distintas variedades del textil/moda. Otra cosa será que las condiciones del entorno permitan un desarrollo normal o entorpecido.

Y queda también por mencionar un dato más que relevante: comprobar cuál es la dimensión de sector que queda después de la crisis, en las distintas áreas. Por ejemplo, para una feria de vestir, cuántos comercios habrán sobrevivido e incluso, si lo han superado, cuál es su actitud, voluntad y compromiso de futuro. Puesto que en este tipo de acontecimientos las masas críticas son importantes, a la hora de proponer encuentros nacionales o internacionales de suficiente enjundia, con arreglo a los cánones que conocemos.

En ese sentido, es de reseñar las voces de pequeños organizadores que en los últimos meses han insinuado, «en petit comité» que los tiempos favorecen las iniciativas de ámbito local, frente a las grandes plataformas internacionales. Es un apunte más. Las cifras y los deseos y comentarios de empresarios en los próximos meses serán los que marquen futuras tendencias.

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