Todavía no se ha resuelto el problema básico de la energía. Aunque podemos contribuir con eficiencia, compra de energía renovable y autogeneración/autoconsumo.
En «El Gran Reinicio del Textil», en Textil Exprés abordábamos hace pocos meses algunos grandes ejes de actuación que la Unión Europea está potenciando, no solo en el textil sino en toda la economía, como líneas maestras para construir una «nueva normalidad» (como suelen decir nuestros políticos), o una «próxima normalidad» (Next Normal), como suelen decir los anglosajones. No es que haya que «reconstruir» sectores, que tampoco han quedado destruidos por la pandemia, pero se quiere aprovechar la sacudida que esta le ha dado a las industrias y los servicios para acelerar un cambio, que seguramente debía darse, y que ahora se pretende impulsar. Los dos ejes primordiales son Sostenibilidad y Digitalización.
A primeros de noviembre, en una conferencia dentro de un congreso de bienes tecnológicos de consumo (que, por tanto, no están directamente relacionados con nuestro sector), el profesor Ignacio Termiño, doctor en Económicas y Empresariales, con larga carrera en el sector bancario, hizo una breve mención dentro de una ponencia a un hecho capital, sobre el que él mismo casi pasó de puntillas. Había que estar muy despierto para percatarse de la enorme paradoja que encierran las actuales apuestas estratégicas. Y es que hablamos mucho de sostenibilidad y hablamos mucho de digitalización, pero hay un desafío que no ha sido aún resuelto: el de los recursos energéticos; y, sin resolver eso, todo lo demás queda débil, cojea, hace agua.
Entiendan que esto no es algo que quienes leen este artículo, es decir las empresas individuales, y ni siquiera las empresas sumadas en el ámbito corporativo, puedan resolver. No está en su mano. Pertenece a una órbita superior, tanto política como científica. Así que tómenlo como una curiosidad intelectual, pero no como algo que pueda iluminar sus decisiones profesionales en el futuro.
Hemos investigado y elaborado más a partir de esa semilla, y el problema puede enunciarse brevemente de este modo:
La digitalización es necesaria. Es incluso imperativa. El futuro solo puede ser más digital.
Pero la digitalización implica un gasto energético creciente. Y resulta que no hemos resuelto aún el problema de la energía.
Ustedes y yo probablemente creemos que los ordenadores y los procesos digitales apenas consumen. Y ciertamente nuestro televisor gasta menos electricidad que nuestro frigorífico. Y, a actividad equivalente, gasta mucho menos que una lavadora, puesto que no ha de mover un motor que a su vez mueva un tambor cargado con kilos de ropa. Aunque, si consideramos el consumo de un televisor en stand-by las 24 horas del día, quizá nos sorprendamos. Aun así, el consumo electrónico es aparentemente bajo, y su teléfono móvil o su ordenador portátil (si es moderno) le tiene ya acostumbrado a largos tiempos de uso con una carga de pocas horas.
Ahora bien, ¿qué sucede con la digitalización masiva de los procesos?
Google, actualmente conocida como Alphabet, consumía 2,6 Terawatios hora en 2011. En 2015 su consumo se había elevado de 5,2 Twh. En 2019, a 12,4 o 12,7 Twh, según quien haga la estimación. Se calculó entonces que ella sola consumía más electricidad que Sri Lanka o Zambia, y que si Google fuese un país, aparecería en el grupo de los 90 países de mayor consumo. Su uso de electricidad se dobla cada tres años. Bien, Google afirma que lleva al menos cuatro años consecutivos abasteciéndose de energías renovables para el 100% de su actividad. Pero eso no obsta para que sea un devorador de electricidad, añadiendo presión sobre todo el sistema energético.
Es solo un ejemplo. Piensen en el consumo de lo que se ha venido denominado Gafa, que es la suma de Google-Amazon-Facebook-Apple (o Gafam, incluyendo a Microsoft), quienes lideran el mercado de la tecnología y, además, han apostado mucho por la Nube. Facebook, por ejemplo, consume 5 TWh. Pero es todavía más interesante conocer que muchos de los desarrollos clave en digitalización son los de la tecnología de «blockchain», que se asegura que serán determinantes en numerosos procesos que requieran seguridad y trazabilidad en las transacciones. En el textil ya se utiliza.
Esa tecnología, actualmente aplicada en diversos sectores y con una creciente presencia en distintos ámbitos, irrumpió en el escenario mundial con las criptomonedas, lideradas por el célebre bitcoin. Seguramente ustedes saben que el sistema se basa en la «minería» de las operaciones, que han de ser procesadas y validadas por los «mineros», cuyos cálculos informáticos certifican y cierran las transacciones y se quedan con una comisión, también en bitcoins. Como la comisión se la queda quien primero valide, es necesario ejecutar el trabajo de minería con rapidez, ya que todos los «mineros» compiten entre sí en tiempo real. De ahí que se hayan creado numerosas granjas de ordenadores con mucha potencia de cálculo. Incluso con la aparición de una figura fraudulenta, de «mineros» que hackean equipos de terceros (por ejemplo ordenadores de «gaming», muy potentes y veloces) para que, de modo distribuido, hagan las operaciones sin saberlo.
Toda esa actividad es enormemente consumidora de electricidad. En el Reino Unido se ha calculado que una sola transacción en bitcoins (una transferencia de dinero, por ejemplo) consume una cantidad de electricidad suficiente para cubrir las necesidades eléctricas de un hogar medio británico durante más de tres meses. En el mundo, la gestión de los bitcoins (sin contar las otras criptomonedas existentes) consume más de 143 terawatios hora al año. Ocho veces más que el consumo agregado de Google y Facebook. Esto es bastante más que el consumo eléctrico de Suiza (56Twh) y más que el consumo de Noruega (124 TWh). Otras criptomonedas requieren un consumo mucho más bajo por transacción que bitcoin, pero eso no impide que la demanda de energía tenga perspectivas de un alto crecimiento a medida que la digitalización aumente con la Industria 4.0 y con los servicios basados en cadena de bloques.
En ese contexto, situaciones como las de este verano y especialmente otoño, en que los costes de energías basadas en hidrocarburos (en particular gas) se han disparado, despiertan también alarmas a medio plazo.
¿Qué pueden hacer los sectores económicos? No mucho, ya que las grandes centrales de producción eléctrica pertenecen a compañías especializadas, y las licencias (y la viabilidad económica) de nuevos parques eólicos y solares dependen de decisiones políticas. Sin embargo, la eficiencia energética de las industrias (a fin de reducir los consumos necesarios para la producción), las medidas de ahorro, y las inversiones en autogeneración pueden reducir la presión de demanda sobre los sistemas eléctricos estatales.
Dejémoslo ahí. Si usted toma medidas comprendidas en este párrafo anterior, está contribuyendo a rebajar las tensiones en el mercado eléctrico. Pero ni este ni otros sectores podrán eludir un avance hacia la digitalización. Aunque eso esté, en términos globales, reñido con un planteamiento de sostenibilidad, mientras la ciencia y la ingeniería no desarrollen equipos viables y limpios de almacenamiento eléctrico masivo, o sistemas de generación eléctrica por fusión nuclear, en la medida en que estos puedan demostrar su naturaleza «limpia», y superar los recelos y las barreras de los grupos de opinión ciudadanos.
[Por el interés general de este asunto para distintos sectores de actividad, una versión modificada del presente artículo se difunde también en otros medios de Aramo Editorial, que publica Textil Exprés].
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