Voy a traerles unos párrafos de una re-lectura reciente, de un libro que tuvo gran eco mediático.
Cuenta el autor que cierto directivo de empresa, de ojos rasgados, acababa de declarar a la prensa inglesa lo siguiente: «¿Por qué han de derrochar ustedes su dinero, empeñándose en fabricar productos propiamente ingleses en materia de televisores (...), de calculadoras, de ordenadores...? (...) [mientras que] con las últimas hazañas de los microprocesadores, [nuestra industria] tiene vocación para producir para el mundo entero».
¿Les suena eso de «la fábrica del mundo»?
Dicho industrial procedía de un país que en 35 años había multiplicado por 600 su renta per capita, y sólo en los últimos diez la había cuadruplicado.
Díganme: ¿no les suena familiar?
Una misión de la Comunidad Europea había informado que los ciudadanos de aquella nación eran «borrachos de trabajo, viviendo en gazaperas». El libro explica que Occidente se aferraba a la imagen de que su éxito se explicaba «por los bajos salarios, la ausencia de seguridad social, el rigor de las medidas contra el absentismo obrero, la inexistencia de vacaciones, la obediencia mecánica a estímulos condicionados, el hábito de copiar ciegamente lo que otros inventaron»...
¿No les suena mucho, todo eso? ¿Un país en el que se trabajan horas a destajo por muy poco sueldo? ¿Un país sin vacaciones?
Añadía que ya se había encaramado a la tercera posición mundial por el concepto antes aludido (PIB por habitante), habiendo rebasado a los EE.UU. y situándose tan sólo por detrás de Suiza y Kuwait.
Esto último ya les habrá sacado a ustedes, sin duda, de la primera impresión. ¿No es así? Porque China se considera a sí misma (y los demás lo aceptamos con resignación) como «la fábrica del mundo», y en pocas décadas ha dado un salto de gigante, desde el subdesarrollo hasta la economía industrial más pujante del planeta.
En términos de PIB, desde luego, y según las últimas estadísticas comparables (2011), China está en segunda posición, acercándose con rapidez a los EE.UU. (algunas informaciones recientes apuntan a que ya los habría rebasado), pero el PIB per capita de China es de sólo 9.300 dólares (estimación para 2012), lo que la coloca todavía en la posición número 124 del planeta.
De todos modos, los lugares ocupados en el ranking mundial son muy variables a lo largo del tiempo. EE.UU. no está ya en cuarta posición, como sugería aquel libro, sino (con 50.700 dólares, multiplicando por 5,5 el dato de China) en la número 14, y Suiza y Kuwait han bajado respectivamente a los puestos 26 y 27 (en un listado de la Agencia de Inteligencia de los EE.UU., que contabiliza como entidades individuales territorios de gran autonomía, tales como las Malvinas o Gibraltar). Para curiosos diremos que los líderes por este concepto son Qatar, Liechtenstein y las Bermudas.
Puesto que no se trata de China, ¿quién era ese país con tan elevada renta per capita y con vocación de «fábrica del mundo»?
JAPÓN.
El libro mencionado es «El desafío mundial», de Jean-Jacques Servan-Schreiber, publicado en 1980. Una obra amena, divulgativa, claramente patrocinada por los jeques árabes y la industria nipona, y con un contenido que los años han dejado en buena parte obsoleto.
Es cierto que el tiempo vuela, y que, en un suspiro, han pasado más de treinta. Muchos que quienes leen esto todavía no habían nacido. Pero en la escala histórica treinta años no es nada. Digamos que esa fecha se sitúa cerca del punto medio entre nosotros y el final de la Segunda Guerra Mundial. Y, mientras que la mayoría asumimos como un hito relativamente reciente las andanzas de Hitler, Mussolini, Stalin, Churchill y Roosevelt, y el lanzamiento de la primera bomba atómica (desde luego, a un tiro de piedra si se compara con la pérdida de Cuba y Filipinas, o más aún con las campañas de Napoleón), sin embargo a muchos ya les sonará extraño que Japón haya sido el gran desafiador mundial, un país que despertaba el pánico de los fabricantes europeos y norteamericanos de automóviles, arruinaba a la industria de electrónica de consumo de ambas partes del mundo, y amenazaba con adueñarse de todos los sectores de alta tecnología. Por cierto, fue uno de los referentes indiscutibles en maquinaria textil y para la confección.
Incluso proclamaba su derecho a tener voz propia, emancipada de la tutela de los EE.UU., que la habían derrotado en la SGM y la habían ocupado militarmente y administrado durante siete años.
Japón sigue siendo un país admirable y respetable en muchos sentidos, entre ellos en su dimensión económica. Pero Estados Unidos y Europa han recuperado cetros perdidos, mientras Corea la ha desbancado en algunas parcelas tecnológicas y China la supera en volumen de producción, dejando a muchas de sus industrias fuera de competencia.
China, en particular, ha representado hasta ahora un papel muy parecido al que interpretó el Japón entre 1950 y 1965, cuando compitió en el mundo por el bajo precio de sus productos, a menudo acusados de imitaciones; y sigue hoy un camino muy parecido al que llevó el Japón en las dos décadas siguientes, aunque debe decirse que su progresión es más lenta: Japón ya apostó con fuerza por la innovación nada más finalizar la guerra (y tenía una tradición innovadora previa al gran conflicto mundial), mientras que a China le está costando mucho esfuerzo desarrollar tecnologías propias diferenciadas. Pero ya lo está haciendo en algunos ámbitos, y nadie duda que lo hará de forma generalizada en un futuro próximo.
Otra similitud es la próxima preeminencia mundial de la China. Pero similitud incompleta. Japón fue un país derrotado en la SGM, regido por los EE.UU., incorporado a su sistema mundial de defensa y al «american way of life», que buscaba una emancipación, una autoafirmación. China fue uno de los vencedores en la SGM, nunca vasallo sino rival muy serio, ganador de la guerra de Corea... pues si bien no venció de forma absoluta, la entrada de sus ejércitos en el combate hizo a las tropas de la ONU retroceder desde la misma frontera con China hasta la actual línea de demarcación entre las dos Coreas. Por otro lado, desde que Naciones Unidas reconocieron que la auténtica China no era Taiwán (el reducto de los huidos del comunismo de Mao) sino el país continental, es además uno de los Cinco Grandes, con poder de veto que ha ejercido en diversas ocasiones.
Pero los desafíos internos dentro de China son también enormes. Un desarrollo desordenado que recuerda al de la España de los años 60 del pasado siglo, una inflación acorde con su espectacular crecimiento, un sistema financiero frágil, un «boom del ladrillo» que recuerda y excede al de la España reciente, y a más largo plazo un envejecimiento de población al que no es ajena la política de hijo único (lo que nos evoca la pirámide poblacional actual del Japón, uno de sus principales problemas)... En fin, riesgos y peligros anidados en el fenómeno del salto adelante de la China contemporánea.
Por lo que afecta al textil-vestir, poco que añadir a lo que ya se sabe. Pero sí que es cierto que la transformación del modelo no sólo está en curso sino que en algunos aspectos camina a marchas forzadas: ha dejado de constituir la referencia mundial de la baratura, que ha sido conscientemente cedida a Bangladesh, Vietnam y otros; y todavía no es referente de exclusividad, ni de diseño chic de vanguardia, a pesar de intentarlo con ahínco. Bien es cierto que Japón, con una larga tradición de artesanía exquisita, tampoco tuvo como país ese cetro en nuestro sector: el «diseño japonés» de moda siempre fue el de algunos diseñadores japoneses afincados en las otras capitales mundiales del ramo, especialmente en París.
Queda otra línea de desarrollo en el textil, la de la moda para clases medias... que hoy se confunde con la moda de masas, desde que asequibilidad, variación y estilo se fusionan. Imperios del «retail» son ya hoy una de sus prioridades estratégicas, aunque su aventura aquí camine pausadamente.
En todo caso, la relectura de un viejo «Desafío Mundial» nos hace meditar sobre la fragilidad de todo, incluso de los mitos sobre las economías emergentes, emergidas y decadentes: quien hoy parece que se va a comer el mundo puede que mañana esté alicaído, y quien ya parece definitivamente derrotado también puede recuperar el ímpetu. Todo es posible y el futuro está abierto.
[Publicado en TEXTIL EXPRES Suplemento 208 — septiembre 2013 - Autor: Humberto Martínez, Director ].