La extraordinaria ilusión del textil español por poder obtener un Nodo de Reciclado europeo.
Hace año y medio, la patronal europea de patronales del textil/vestir, Euratex, apoyó la iniciativa de la UE orientada a crear media docenas de grandes centros de reciclado de textiles, que llevarían el nombre de «Re-Hubs», o «nodos de reciclaje». Deberían estar listos para 2023, se situarían en cinco países de la Unión (Alemania, Italia, Bélgica, Finlandia y España —es curioso que Francia no dijera nada al respecto—), y para nuestro país se postulaban, lógicamente, emplazamientos en Cataluña y/o la Comunidad Valenciana.
Este año 2022 será clave en materia de normativa europea sobre reciclado de textiles, ya que la CE lo considera urgente, por la gran cantidad de desechos que genera la «fast fashion». En principio, y salvo que los desbarajustes en las cadenas de suministro, los costes de energía y otros factores (con múltiples causas, siendo la última la guerra de Ucrania) modifiquen las velocidades de las cosas, para dentro de dos años como máximo (antes del 1 de enero de 2025) será obligatoria la recogida selectiva del textil usado, y su reprocesamiento.
Aunque esto es así, y resulta completamente independiente de los Planes de Transformación del Textil/Moda que se han barajado ahora (de hecho, el conjunto de iniciativas que orientan la política de circularidad textil de la UE son anteriores a la pandemia), lo cierto es que el proyecto elaborado por el sector para acogerse a los fondos Next Generation fijaba, como uno de los puntos fundamentales, este proyecto de «Re-Hub» europeo.
Visto desde fuera del sector, es algo que resulta bastante llamativo. Pero, desde dentro, no lo es.
El entusiasmo del textil con las posibilidades de la circularidad como negocio.
Si nos fijamos en otras industrias que hace ya tiempo que proceden, por imperativo legal, a soportar un sistema de recuperación y reciclaje de producto al final de su vida útil, ninguno de ellos lo hace como un elemento de negocio, sino como un coste adicional, que se asume por obligación y, también, por compromiso social.
Quizá el sector más claro en este sentido es de la electrónica y los electrodomésticos. Todo comercio, o todo vendedor (con la notable anomalía del e-commerce, cuyos actores se saltan la ley sin que nada les ocurra) de aparatos eléctricos y electrónicos, está obligado desde hace años a retirar los productos usados que se sustituyen, y hacerlos llegar a un operador acreditado que se haga cargo de su reciclado en condiciones correctas y seguras, puesto que un desguace incontrolado puede resultar también contaminante, por ejemplo liberando gases refrigerantes de efecto invernadero o dañinos para la capa de ozono. Normalmente, esos operadores son entidades que antes se denominaban SIG (sistemas integrados de gestión) y ahora se conocen por la extraña sigla de de SCRAP, o sistemas colectivos de responsabilidad ampliada del productor. Suelen ser entidades sin ánimo de lucro, a veces de creación impulsada por la industria precisamente en aras a evitar que se lucren, cuya finalidad es cumplir unos objetivos de recuperación y reciclado de residuos, al menor coste posible. En todas esas tareas no se «hace negocio», sino que la obsesión es que el proceso resulte lo más neutro posible en cuestión de costes. Naturalmente, que la comercialización de los materiales recuperados genere ingresos contribuye a sufragar los costes de funcionamiento, pero no a generar margen. Aunque se ha mejorado mucho en los procesos, todavía hoy es fácil que desmontar un aparato, separar sus materiales y reciclarlos resulte oneroso.
El textil en ese sentido es diferente. El entusiasmo con el que la industria acogió hace un año la idea de proponer un «mega-hub» de reciclaje textil en España puede parecerle, a cualquiera que lo vea desde esos otros sectores, una extravagancia o una chifladura. Pero en estas cosas se aprecian bien las diferencias intersectoriales.
Las industrias que generan residuos eléctricos o electrónicos se consideran a sí mismas productoras y vendedoras de bienes de consumo. Deforman materiales y ensamblan piezas y componentes que comprar a otras industrias, que a su vez transforman materias primas básicas. Pero un fabricante de electrodomésticos no se considera ni una siderúrgica o una empresa de plásticos ni una petroquímica, y mucho menos un minero de hierro o un perforador de pozos de petróleo. En cuanto al reciclaje, nunca se consideró a sí mismo un chatarrero, un desguazador, ni ahora un recuperador de residuos. El productor paga el proceso de reciclaje pero no lo ejecuta. Y si compra materiales reciclados y cierra el bucle de la economía circular es por compromiso social.
En cambio, el textil ha estado siempre mucho más cerca de la materia y, por trabajar con materiales dúctiles y flexibles, siente intimidad con los mismos. Por supuesto, un tejedor no es un trapero. Pero hay zonas de producción textil que tienen una larga tradición de puesta en valor de los textiles desechados. En España tenemos una localidad, Alcoy, en su época muy identificada con la producción de tejidos regenerados, un clarísimo ejemplo de economía circular, que data de antes de que eso se denominase así. Unos textiles, por cierto, que resultaban de peor calidad, por lo que debían venderse a menor precio. Si quieren, puede servir de ejemplo (opuesto al que acabamos de mencionar) para quienes apuestan por una economía circular de bajo coste, aunque el modelo actual no admite que el reciclado cree un mercado pobre, de segundas calidades.
Debe añadirse que el regenerado de paños tenía una semejanza con el sector papelero, que igualmente producía papel regenerado. En Alcoy hubo también este tipo de industria. Durante mucho tiempo se tipificó el papel reciclado como de baja calidad. Hará unos veinte años comenzó a cotizarse incluso más caro que el papel blanco de primera manufactura, debido al interés de las empresas por mostrar una imagen de responsabilidad social corporativa, que se visibilizaba mediante el empleo de papel grisáceo y veteado, que evidenciaba su condición de reciclado (y «sostenible»).
En todo caso, hemos considerado interesante esta peculiaridad del textil, que durante los meses últimos ha intuido un gran potencial de negocio en la posibilidad de montar un gran Re-Hub en España. Ver una oportunidad sectorial para algo que otras industrias consideran un factor de coste-sistema es algo ciertamente original, que indica tanto el compromiso como el ingenio de los empresarios del textil.
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