- Un digresión: bioeconomistas y ecologistas, apocalípticos contemporáneos.
- Frente a la Inteligencia Artificial... ¿hay que ser apocalípticos u optimistas vocacionales?
- De momento, nos advierten que la IA provocará un saldo ocupacional negativo en diez años. ¿Mejorará la cosa después? ¿O estamos ante un cambio progresivo y acumulativo, con impacto prolongado y creciente sobre el empleo?
- En el ámbito creativo (ingeniería, diseño) la IA plantea más de un desafío a la propiedad intelectual.
- ¿Puede patentarse algo creado por Inteligencia Artificial Generativa?
- La IA Generativa liberará tiempo de los equipos... pero quizá del tiempo sobrante se apodere la IA no generativa.
- Quizá en el futuro hagan falta creadores humanos que desobedezcan a la IA.
- Si el ajedrez fuese una actividad departamental, las empresas ya no tendrían humanos en esos departamentos.
- Al final, quizá la única tarea del humano sea escoger entre las creaciones artificiales... y pedir que otra aplicación le apruebe su buen gusto en la elección.
Humberto Martínez
Director
La Reina del País de las Maravillas preguntó a Alicia si había visto a «La Tortuga Artificial», o Falsa Tortuga (The Mock Turtle), a la que el autor del cuento, Lewis Carrol, dibujó como una tortuga marina con cabeza de becerro. Alicia dijo que ni la había visto ni sabía lo que era tal cosa. «Es de lo que se hace la Sopa de Tortuga Artificial», repuso la Reina. Pues bien, hablando de sopa, hay otra cosa Artificial de la que vamos a comer todos los días en el plato: la Inteligencia.
Y, como esa Inteligencia Artificial pretende sustituir y mejorar a la Inteligencia Humana, todas las actividades intelectuales se van a ver afectadas/concernidas. El Diseño (tanto el estético-artístico como el industrial) es una de ellas. Entre otras muchas. Y no es cosa de broma.
[Advertencia: la imagen que acompaña a este artículo ha sido generada por un sistema de IA].
La Inteligencia Artificial está de moda. Es un hecho. Ya lo estaba el año pasado, y por ello escribimos sobre ella hace unos meses. Ahora es pertinente volver, con nuevas aportaciones.
La IA (invirtiendo el orden «ínternacional» de las letras, pues en inglés se escribe AI) no es tan nueva como nos parece. Ni estalla ahora su universo de posibilidades.
Mucho de lo que en el pasado comentamos sobre « el algoritmo », utilizado en numerosas aplicaciones, forma parte de la IA. Pero en 2023 Microsoft apostó por la IA generativa (una de las modalidades de inteligencia artificial), así como por una empresa en concreto que la desarrollaba, y la convirtió en pilar de su nueva filosofía de buscador online. Y eso fue lo que la puso de moda.
Y, más recientemente, la presentación de una gama de smartphones con IA (con varias aplicaciones, no solo búsquedas) por parte de Samsung, en CES Las Vegas de enero-24, ha sido un fuelle soplando sobre el fuego y avivando las llamas.
Desde ahora y durante algún tiempo nos desayunaremos, almorzaremos y cenaremos con la IA resonando en los oídos y zumbando por el cerebro. Inteligencia Artificial hasta en la sopa.
Una Inteligencia a veces muy Torpe, que aprende con rapidez.
En un artículo anterior ya explicamos la enorme pobreza y escasa fiabilidad, por el momento, de los resultados de búsquedas informativas en una aplicación de IA generativa. Haces una pregunta y recibes una pieza de texto muy inteligentemente redactada, plagada de errores factuales inaceptables. Pero también dijimos que las traducciones automáticas de idiomas, que constituyen una forma mucho más veterana de Inteligencia Artificial, comenzaron con ese mismo grado de torpeza. Años de aprendizaje («machine learning», beneficiado por la espontánea y altruista colaboración de decenas de miles de cibernavegantes) han logrado que hoy en día las traducciones sean bastante fieles.
Por Navidades pude constatar ese extremo cuando a un amigo guipuzcoano le envié una pieza de varios párrafos en euskera, a modo de felicitación de fin de año. Me respondió que ignoraba el autor de la cita, pero que era excelente, así que me preguntó qué literato vasco la había escrito. Al responderle que el autor era yo, y que la traducción me la brindó una aplicación, quedó muy sorprendido. Hasta donde él sabía, la traducción automática a euskera todavía era muy imperfecta. En ese caso no lo fue.
Por tanto, si en materia de traducciones la IA ya está siendo muy acertada, en la generación de artículos fiables algún día lo será también. De hecho, en las redacciones de grandes diarios hace años que las piezas breves de información bursátil y de deportes ya las produce un sistema de IA, y actualmente son muchos los redactores de grandes medios que utilizan esas herramientas, aunque el trabajo posterior de depuración y corrección resulte, a menudo, extenuante.
Esos grandes medios están invirtiendo el tiempo de sus periodistas en perfeccionar los sistemas que un día habrán de sustituirlos, a esos mismos periodistas, por un sistema de redacción automática; del mismo modo que, por culpa de la entusiasta contribución de voluntarios que corrigen traducciones automáticas (y que así las han perfeccionado), muchos traductores e intérpretes ofrecen hoy sus servicios desesperadamente a quien quiera contratarlos, puesto que el suyo es un oficio con demanda estable o menguante, en el que ya sobran profesionales disponibles.
La hora de los consultores.
La IA se prodiga últimamente, también, en toda clase de encuentros profesionales, ya sean ferias, congresos, seminarios, e incluso convenciones de grupos de compra, por no hablar de las sesiones magistrales que acompañan a algunos seminarios de toda clase de sector y espectro.
Es normal. Esto ocurre siempre que aparece algo nuevo, de lo que todos oímos hablar pero generalmente tenemos grandes lagunas de conocimiento. Nos asaltan muchas preguntas, y siempre aparecen personas dispuestas a darnos respuestas. Históricamente, en todo momento en que aparece alguna novedad que nos supone un reto o una promesa, el primer «boom» ocupacional que genera es el de los conferenciantes, asesores y consultores. Ese es un oficio que nunca se verá amenazado por los «cambios disruptivos», sino todo lo contrario.
Sin embargo, en el resto de campos laborales hay cambios tecnológicos que plantean serias amenazas sobre el empleo de trabajo humano.
¿Apocalípticos o entusiastas?
Recurriendo al célebre título de un libro de Umberto Eco, es cierto que siempre tendremos « apocalípticos e integrados », ya se hable de sociología, de política, de ciencias sociales... de aplicación de otras ciencias a la vida práctica...
En economía, Thomas Malthus con su teoría de los rendimientos decrecientes y la progresión demográfica geométrica es el ejemplo más claro de teorizador apocalíptico.
Personajes tan dispares como Karl Marx o Benjamin Franklin son por el contrario ejemplos de optimistas tecnológicos, al entender que el progreso científico permite un crecimiento demográfico desahogado en términos de recursos.
Llevado todo eso a tiempos contemporáneos, la corriente de opinión dominante es, aunque sus promotores no lo sepan y probablemente lo nieguen, malthusianamente pesimista : los movimientos ecologistas suponen el triunfo de la corriente que defiende que los recursos son limitados, y que la incesante multiplicación de humanos consumidores acabarán esquilmándolos y llevando al planeta al desastre (y, a la humanidad, al hambre y la miseria). Los hechos parecen apoyarles, y las políticas se adaptan a esos criterios.
La reina Letizia ha dado recientemente (y osadamente) visibilidad a una línea de pensamiento de « bioeconomistas » que proponen un decrecimiento de PIB, como única vía auténticamente sostenible, ya que entienden que «crecimiento sostenible» es un oxímoron, es decir, una combinación de dos términos incompatibles. Parecen ignorar que decrecimiento es sinónimo de empobrecimiento.
¿El «job killer» perfecto?
Hecha esta digresión sobre apocalípticos e integrados, volvamos a la IA y su efecto sobre el empleo. ¿Qué interpretación es más correcta, sobre las repercusiones de esta tecnología? ¿La apocalíptica, o la del optimismo complaciente?
Algunos creen que la IA va a provocar un problema de paro estructural. Otros argumentan que se destruirán empleos, pero que aparecerán nuevas profesiones que absorberán ese paro. La historia avala a los segundos por la constatación de que, al menos desde la Revolución Industrial, el impacto destructivo inicial de cada revolución técnica o tecnológica sobre el empleo ha sido rectificado, con cierto desfase, por nuevas ocupaciones. Ese desfase ha causado períodos de fuerte malestar, e incluso rebelión, de las personas temporalmente marginadas por la evolución de las cosas. Pero en conjunto las innovaciones han ido acompañadas de más empleo nuevo que el empleo destruido.
Con la IA eso está por ver.
Un informe reciente de Randstad Research pronostica que, a corto plazo, el saldo de la IA en España será negativo : en los próximos diez años destruirá dos millones de empleos y favorecerá la creación de 1,6 millones, con lo que el balance dejará una destrucción neta de 0,4 millones.
Estas predicciones se revisten de seriedad científica pero son muy especulativas. Por ejemplo, se apunta a que la IA destruirá empleo en comercio y ocupaciones administrativas, al tiempo que lo creará en programación, medios y publicaciones, entre otros. No sé si nos gustará mucho que un robot con inteligencia artificial nos atienda en el comercio, aunque la IA seguramente asumirá tareas en las que ya hoy se está desempeñando, como los chatbots en e-commerce. Por el contrario, entendemos que la IA seguramente destruirá empleo en medios y publicaciones, y también en programación, puesto que cada vez más líneas de código son generadas por IA, a partir de un enorme acervo de rutinas de escritura de código ya existentes.
En nuestra opinión, la IA puede que no aumente la destrucción de empleo en talleres industriales, pero ahí la tendencia a la automatización viene ya reforzada por la introducción de los robots colaborativos, cosa que no es nueva pero se va acelerando. Como decía recientemente el director general de una empresa con varias plantas de producción en España (del sector metalmecánico), dicha empresa difícilmente va a aumentar plantilla, o ni siquiera mantenerla, en el futuro, en sus naves industriales, cada vez equipadas con un mayor número de robots (que ya no son solo aquellos monstruos de brazo grande, detrás de rejas, con peligrosos chispazos). Esto lo decía antes del «boom» de la IA. Ahora, añadimos nosotros, seguramente serán pocas las empresas que aumenten o mantengan el empleo en las oficinas. Y no solo en contabilidad y en puestos de trabajo de word y excel, por decirlo de forma muy gráfica.
Esto es una mera reflexión. Que políticos y economistas se ocupen de ello más adelante, si saben y si quieren. O que tengan suerte y la IA genere más empleo del que destruya.
El oficio de crear y la autoría de la creación.
Uno de los ámbitos más amenazados a corto plazo es el de la creación. Lo que abarca desde la ingeniería hasta el diseño.
En un acto reciente dentro de una feria de equipamiento textil para el hogar (podrá verse este mes la información de una de las publicaciones de Aramo Editorial, especializada en la materia), se habló de IA a raíz de algunas experiencias vinculadas, sobre todo, al comercio electrónico. Pero en el coloquio surgieron preguntas incómodas. Por ejemplo, las relacionadas con el oficio del diseño, así como con la propiedad intelectual del mismo.
Interesante lo que dijo uno de los ponentes: hasta donde alcanza su información (u opinión), las creaciones de un sistema de IA no son susceptibles de registrar como patente, debido a la naturaleza del instrumento creador. Parece razonable.
Elaborando esa proposición, les sugiero que mediten: la creación hecha por una máquina, sin intervención humana, parece tan patentable como la luz del sol o el aire de la atmósfera. Un dibujo de Dalí con su firma puede tener derechos de autor. No se sabe qué derechos de autor pueden amparar al dibujo de una aplicación de IA generativa, creado a partir de una petición de cualquiera (quiero una imagen de una dama caminando bajo la lluvia en un jardín inglés). La única intervención humana es la selección entre propuestas de la máquina, y el eventual retoque de las mismas. Y observen que esto no solo es aplicable a la creación de diseños artísticos, sino a la escritura de código de software, por ejemplo. O al diseño de videojuegos, que abarca ambas vertientes.
En todo caso, el problema de la autoría intelectual se plantea con el acervo manejado por la máquina, pues nunca crea ex-novo sino sobre la experiencia de la humanidad, aprendida y acumulada por el sistema de IA. Pero alguien podría argumentar que un pintor también ha tenido maestros, y un autor literario ha pasado por la escuela y ha leído mucho antes de escribir, y que nadie paga derechos de autor al profesor de arte ni al de lengua y literatura.
En fin, esa es una rama de reflexión y de desafío legislativo y jurídico muy interesante, para la que, desde esta pequeña tribuna, no tenemos respuesta ni capacidad suficiente de juicio.
¿Cómo afectará la IA a la demanda de creadores (y a su función real de trabajo)?
Pero volvamos al hecho ocupacional: ¿Se creará o se destruirá empleo neto en las actividades de creación e innovación auxiliadas por IA?
En este punto dudamos entre sentirnos apocalípticos u optimistas vocacionales.
Un reciente informe de consultores de McKinsey, liberado justo cuando cerramos estas líneas, sugiere que en el mundo del diseño, tanto estético como industrial, la IA acelerará los procesos creativos al generar docenas de propuestas en un cortísimo plazo, pero que el ser humano continuará como elemento clave con su destreza para identificar las mejores. Además, afirma que veremos una reducción de hasta el 70% en los ciclos de desarrollo de producto, lo que dejará a los equipos más tiempo para efectuar tests de usuario, refinar y optimizar diseños (con criterios de aptitud para la producción o «fabricabilidad», así como sostenibilidad).
Sin embargo, nos permitirán discrepar ligeramente: muchas empresas aseguran que hoy en día tienen mejores métodos que nunca para determinar la respuesta del usuario, mucho más eficaces y más baratos que los tradicionales test entre consumidores, y que estos nuevos métodos se hallan cada vez más influidos y gobernados, precisamente, por técnicas de análisis de «big data», a las que no son ajenas las aplicaciones de IA en diversos estadios de desarrollo.
En el ámbito de la creación musical, por ejemplo, cada vez hay más «canciones» compuestas, tanto en letra como en música, de manera semiautomática, ajustándose a lo que las aplicaciones de big-data revelan como piezas actuales de éxito, y asumiendo que también tendrán mayores posibilidad de triunfar «desde el minuto uno» las nuevas composiciones que beben en éxitos actuales. Incluso se están ajustando las duraciones de las piezas a esa realidad, lo que explica que abunden las obras cortas, tras constatar «las máquinas» que las nuevas generaciones las prefieren, pues optan por ellas antes que por aquellos largos LP de una sola obra, tipo «Tubular Bells» de Mike Oldfield (una obra magnífica pero, en parámetros actuales, «very old style»).
Dicho de otro modo: una IA generativa puede entregarnos un gran abanico de propuestas de diseño en cuestión de minutos; pero otra IA no generativa podrá decidir, también con rapidez, qué diseños se adaptan mejor a las tendencias actuales en consumo ; y otra IA no generativa podrá calificar de cero a diez los niveles de facilidad de producción, de sostenibilidad de componentes, de coste, de ajuste a la filosofía de la marca, de reciclabilidad... Con lo cual, es más que probable que el tiempo de creación liberado por la aceleración de la IA para otras tareas... sea rellenado también por IA que se ocupe de esas tareas no tan creativas.
Esta es nuestra opinión (no la de los expertos de McKinsey).
Trabajo creativo humano: necesidad y cantidad.
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También en nuestra opinión, esto no borra la necesidad de trabajo humano, aunque sí reduce la cantidad necesaria de ese trabajo.
En una derivada divergente, por otro lado, incluso enfatiza su necesidad de un modo paradójico. Por ejemplo, vendrá bien que alguien con intuición y espíritu rebelde se oponga a la IA y apueste por diseños rompedores en los que nadie tenga fe, y que se salgan de los cánones tendenciales detectados por el big-data. O, en otro caso, todos acabaremos vistiendo el mismo repertorio «mainstream» o conduciendo vehículos de media docena de diseños similares, de la misma forma que perreamos con las mismas músicas latinas de mismos ritmos y cajas de disco y de mismas nasalizaciones auto-tune, todas ellas múltiples variaciones de un modelo único.
Ahora bien, cabe la posibilidad de que, esta vez, la revolución tecnológica deje saldos de empleabilidad negativos a corto, medio y largo plazo. No solo en diseño sino en muchas otras actividades «intelectuales», de laboratorio de ideas, y de oficina en general, y que esto no sea un efecto temporal mientras aparece una supuesta nueva área de generación de empleo, sino que sea un fenómeno negativo acumulativo.
¿Por qué? Pues debido a que la IA no es una revolución de tipo «corte y cambio», sino una revolución progresiva, veloz, vocacionalmente sustitutiva e invasiva desde la raíz : los sistemas de Inteligencia Artificial no pararán en su tarea de aprendizaje, de perfeccionamiento, y de colonización de áreas.
El potencial de sustitución.
Pongamos un penúltimo ejemplo: como hemos dicho, el último empujón a la actualidad mediática de la IA lo han dado los smartphones que llegan ahora mismo al mercado. ¿Y qué es lo que hacen? Por ejemplo, en materia de idiomas ya no solo amenazan al traductor de textos clásico, sino al intérprete, con su traducción en tiempo real de las conversaciones telefónicas. Pero es que además toman notas de reuniones, transcriben grabaciones, generan resúmenes... Sí, estamos de acuerdo en que no reducirán el número de asistentes a cada reunión, y que además les liberarán del tedio de crear informes y actas. Pero no crean que esto se detiene ahí.
El potencial de sustitución del ser humano en tareas del intelecto será creciente. Y no sé yo si, al final, alguna empresa nos contratará para que nos sintamos más felices sentándonos en un sillón y dedicándonos a la cómoda tarea de supervisar diseños como si leyéramos la prensa del día o una novela de aventuras, mientras una máquina crea por y para nosotros y, quizá, piensa por nosotros, por más que nos deje la satisfacción de corregir algunos fallos (solo para que la máquina siga aprendiendo, por otro lado).
De momento, repito lo decía al principio: mientras redacto este artículo nos ha entrado por email otra oferta de una traductora autónoma. Ayer nos vinieron dos. No son tarifas muy caras. Pero el traductor automático es más barato. Requiere un repaso, sí. Pero ahora muchas empresas traducen más que antes, utilizan menos servicios de traducción externos, y están tan contentas.
Y la perfección seguirá aumentando.
Algún día, el repaso necesario se reducirá a un simple vistazo en diagonal. Y no es solo la traducción, que al cabo no es una IA generativa en sentido propio. Sino muchas cosas más.
Esto es como jugar al ajedrez con una máquina, y he aquí el último ejemplo. En 1996, Deep Blue de IBM no logró ganar un campeonato singular a Garri Kasparov : perdió por cuatro partidas a dos. Un año más tarde, Deep Blue ganó tres partidas contra dos ganadas por Kasparov, y dos tablas. Actualmente, cualquier software de ajedrez de andar por casa, sin un ordenador demasiado potente, puede ganarle a usted de forma sistemática, y si no es usted sino un campeón mundial, ocurrirá lo mismo, siempre que se ajuste el programa al nivel de juego correspondiente. Y no digamos si se utiliza un sistema de computación distribuida, mucho más potente.
Si el ajedrez fuese una actividad departamental de las empresas, ya no quedarían empleados humanos en esos departamentos.
Una caricatura, para concluir.
En definitiva, para mantener el empleo deberemos inventar muchas tareas nuevas, fomentar actividades que ahora nadie quiere y que exigen mucha «tropa de trabajo humana» (vayamos todos a beber café y cerveza en terrazas, por ejemplo, en la confianza de que todavía no habrá a corto plazo robots camareros), o bien deberemos pedir al Estado y a las empresas mecenas que financien trabajos contemplativos como el que antes hemos mencionado: sentarnos en una mesa a ver cómo el ordenador trabaja generando diseños.
Yo, por si acaso, ya he pensado en comprar un puntero electrónico para señalar desde el sillón mi diseño preferido. Quizá nuestra próxima tarea se reduzca a mostrar con el dedo cuál de las creaciones de la máquina nos gusta más. Y a esperar que el sistema coteje con otra aplicación de AI y nos diga si hemos acertado en nuestra elección... o no.
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