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La Estupidez Artificial se corregirá... pero la Humana quizá no

  • A la Inteligencia Artificial no se la puede (ni debe) frenar: es absurdo poner puertas al campo. Pero debiera regularse adecuadamente.
  • Arte, diseño, ficción, todo eso se verá pronto amenazado por la IA generativa. Si le pide un texto científico, será espantosamente inexacto, pero bien redactado. Aunque aprenderá rápido, ya lo verán.

La IA generativa es muy imperfecta, excepto para tareas artísticas. Sin embargo, aprenderá. Así que habrá que prevenir un futuro mucho más desafiante para los humanos.

Humberto Martínez
Director

Ya hemos hablado antes, en algunas publicaciones de Aramo Editorial, de la Inteligencia Artificial. Advertir de los riesgos que conlleva, como ya hemos hecho, puede sonar a inquietud excesiva, o alarmismo innecesario. También puede parecer que no aporta nada nuevo, puesto que ya son muchos lo que están diciendo cosas parecidas, de manera que no somos tan ingeniosos. Pero algunas observaciones adicionales parecen procedentes. Lo hacemos en un artículo común para varios medios online de Aramo. Juzguen ustedes.

 

Como ya hemos indicado anteriormente, la Inteligencia Artificial no constituye en sí misma una gran noticia. O no más que hace unos años. La IA (AI en inglés) está ahí desde hace tiempo, y se utiliza de forma habitual pero sin estridencias. Hay numerosos aparatos y servicios que la aplican, desde la fotografía digital que corrige la calidad de la imagen capturada hasta los sistemas predictivos que nos sugieren la próxima película a ver. Por cierto, el empleo de logaritmos (a los que hace meses dedicamos todo un análisis, referido a las decisiones que toman los sitios de comercio electrónico para orientar las compras del cliente o ajustar las entregas y la gestión logística) se inscriben a menudo dentro de ese marco de actuación.

Uno de los campos en los que la aplicación de la IA es más evidente es el de la traducción automática. Y una de las características más llamativas es la del aprendizaje.

Por esencia, los sistemas de inteligencia artificial tienen capacidad de mejora y autoperfeccionamiento, corrigiéndose a partir de la experiencia.

Es esa una de las características más curiosas, a la vez que preocupantes, en los sistemas de IA abiertos, por los agujeros de seguridad que producen para sus usuarios. Ha llegado a la prensa el caso de una conocida firma de semiconductores que permitía el uso de ChatGPT por los empleados. Un ingeniero la usó para localizar errores en un nuevo código, otro quiso optimizar el diseño de chips, y otro transcribió una reunión confidencial para preparar una presentación. Las tres cosas provocaron fugas de información de carácter reservado, que fue compartida con el sistema abierto de inteligencia artificial generativa. De ahí que actualmente se estén proponiendo sistemas cerrados que permitan beneficiarse de la IA sin riesgo de compartir secretos industriales. En contrapartida, la restricción a un sistema cerrado limita la capacidad de aprendizaje y eso constituye una debilidad.

 

Verán: toda la novedad informativa de la IA de este año se debe precisamente a la llegada de la inteligencia artificial generativa, con ChatGPT como ejemplo más conocido (pero hay otras muestras incluso más interesantes), a algunas aplicaciones de uso ya al alcance de cualquiera online.

Debo decir que he probado algunos de esos servicios a modo de test, por ver si el futuro de mi oficio periodístico está amenazado. Me ha llamado la atención que, al proponerle un tema, el software actualmente disponible elabora artículos muy bien redactados, de una calidad literaria y expositiva que puede superar a mi propio estilo y al de buena parte de los redactores del ramo. Pero su contenido ha sido horrible. Es como el trabajo de un impostor con buenas dotes de oratoria: todo muy bien dicho, pero falso. Numerosas inexactitudes, enormes disparates, pueblan artículos espantosos que parecen muy buenos pero que, a quienes no conozcan el tema abordado, les llevarán a errores increíbles (y a quienes lo conozcan les harán llevarse las manos a la cabeza con horror).

Después de esa experiencia podríamos decir apresuradamente que la IA generativa carece de futuro. Error. Veamos dos objeciones inmediatas a la crítica prematura de la IA:

1) No es lo mismo generar artículos de prensa o capítulos de libros científicos, que requieren de un manejo riguroso y veraz de los datos, que crear imágenes artísticas o relatos de ficción.

Temo que los autores de novelas o de guiones de cine o televisión pueden sufrir una amenaza más inmediata.

Las obras de ficción tienen que ser atractivas, no veraces. Si hablamos de imágenes (capítulo en el que ya hemos hablado antes sobre el riesgo para todas las actividades relacionadas con el diseño), el desafío es enorme. De ahí que no nos sorprenda en absoluto la preocupación de los guionistas y actores de Hollywood, inquietos por la futura competencia de los generadores inteligentes de animaciones de personajes de síntesis (basados en patrones de sus imágenes personales reales), más convincentes incluso que sus referentes, y de los guiones automáticos hechos a la medida de los éxitos anteriores en el mercado.

Lo mismo puede decirse de las canciones, que hoy en día son fácilmente compuestas con rapidez por sistemas de IA. Estos consideran los gustos del consumidor y las ventas precedentes, y sus obras cuentan con elevadas probabilidades de acertar a la primera con un Best Seller, cuyo autor es un software de IA, y quizá su intérprete también lo sea.

En definitiva, la IA es, ya hoy mismo, un competidor magnífico para tareas artísticas.

2) La segunda objeción a favor de la IA afecta incluso a aquellas aplicaciones que requieren mayor rigor. Porque la Inteligencia Artificial generativa de hoy en día es muy estúpida, pero todo es cuestión de continuar con el entrenamiento.

Hace diez años, los sistemas de traducción automática eran espantosos. Hubo alguna época en que gabinetes de comunicación low-cost nos enviaban gacetillas de marcas extranjeras traducidas apresuradamente por software automático. No había por donde cogerlas. Pero estos sistemas aprenden, a partir de las aportaciones que voluntariamente hacen los usuarios.

Actualmente, las traducciones en varios idiomas son casi excelentes. Todo depende de la popularidad de dichas lenguas: cuanto más usuarios solicitan (y corrigen o aprueban) una traducción, más aprenden los sistemas y mejor entregan los próximos trabajos.

En ese sentido, como antes hemos dicho a propósito de los sistemas cerrados para evitar fugas de información clasificada, la IA generativa que tiene mayor futuro de perfeccionamiento es la de sistemas abiertos: los cerrados no dispondrán de tantos contribuyentes voluntarios que faciliten el aprendizaje.

 

En cualquier caso, no se burlen de la IA generativa por su estadio actual. Quienes se reían de los traductores automáticos hace diez años hoy puede que lloren. Sobre todo, si pensamos en las personas que se dedican a la traducción, y que ahora tienen un serio competidor en el software especializado.

Centrándonos en las facetas creativas en las industrias, desde la moda hasta el diseño de aspiradores o automóviles, ya hemos avanzado los principales retos que la IA plantea, y las exigencias de regulación que cabría razonablemente esperar. En los meses transcurridos hemos visto algún movimiento en tal sentido, pero escaso. Por el contrario, y como siempre ocurre con estas cosas, ya han aparecido ofertas de formación en IA, o de asesoramiento para aprovechar los beneficios que se supone que ofrece. Porque la IA crea oportunidades de negocio, no solo a los sectores que la apliquen, sino a un universo de entidades periféricas capaces de ofrecernos auxilio en su implementación. Estas cosas siempre ocurren.

En algunos sectores, sin embargo, estamos viendo ya que la IA ha comenzado a destruir empleo. Los optimistas nos recuerdan siempre que los agoreros de la automatización industrial pronosticaban un hundimiento del empleo... que no se cumplió. Y tienen razón: el crecimiento general, la generación de riqueza y el surgimiento de nuevas profesiones se encargaron de ello. Sin embargo, en la última oleada de automatización ese incumplimiento se debió a otros factores. Uno de ellos fue la reabsorción del empleo de calidad, destruido por los robots en la industria (un fenómeno que continúa y se acentúa ahora con los nuevos robots colaborativos), reconvertido en empleo precario en servicios (piensen en los actuales ciclistas de reparto, toda una regresión en términos históricos). Otro es el auge de un empleo de calidad en los sectores del software entendido en un sentido amplio (no solo programación). Pero este empleo ya se está viendo también amenazado, ahora, por la IA. De hecho, su introducción es uno de los elementos que se citan como argumento en varios planes de reducción de plantilla que han sido recientemente anunciados por grandes empresas tecnológicas.

 

Una cosa más: ya lo dijimos pero es necesario insistir. Particularmente en los últimos meses ha comenzado a debatirse la conveniencia de poner frenos al desarrollo de la IA, tras advertir de los riesgos que entraña.

En nuestra opinión, lo que hay que hacer es regular, y establecer formas eficaces de prevenir el uso fraudulento de la misma. Frenarlo es imposible. Si algunos países frenan la IA y otros no, los primeros perderán competitividad. Eso es innegable. Poner puertas al campo es una bobada.

Con respecto a la inteligencia artificial, como ante otras tecnologías desarrolladas a lo largo de la historia, solo hay que hacerse una pregunta: ¿desarrollos avanzados en IA son, o van a ser, técnicamente posibles en el futuro? Pues, si lo son, no les quepa la menor duda de que llegarán. Unos u otros los traerán.

Lo que procede no es prohibir ni frenar. Sino evitar que el uso de esa tecnología nos vuelva estúpidos, facilite el robo masivo de propiedad intelectual, o nos conduzca a un desempleo también masivo. Un riesgo que los optimistas no creen verosímil. Pero puede que esta vez los apocalípticos tengan algo más de razón. Y es que la inteligencia artificial puede corregir su presente estupidez a base de aprendizaje. Pero la estupidez humana es mucho más tozuda.

© TEXTIL EXPRES


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