- Una empresa verde que no logra sobrevivir no es ni verde ni nada: simplemente no es.
- La UE a veces puede parecer más papista que el Papa. Liderar la sostenibilidad puede llevar a una radicalidad, ejemplar y ejemplarizante, pero peligrosa.
- La alarma se justifica por la urgencia de los problemas, pero distorsiona el foco.
- En los tiempos modernos, y en lo que respecta a las Administraciones, hay una obsesión hipernormativa, y una tendencia hacia el «sí o sí».
- A veces las entidades entienden que hay que mostrarse muy colaborativas, casi sumisas. Porque saben que cualquier otra actitud es poco rentable. Los agricultores tractores creen necesario algo más. ¿Quizá se equivocan?
En agricultura, lo verde se sustituye por lo negro. En el textil, quizá siembren un campo de minas y alambradas. Es lo que hay.
Humberto Martínez
Director
El artículo que publicábamos recientemente, sobre el posible error de foco en la comunicación de la sostenibilidad en las industrias de consumo, probablemente levantó ronchas.
Era provocador. Por tratarse de un texto sobre gestión empresarial, llevaba la necesaria dosis de cinismo. Como dijo un empresario de la moda en España hace ya muchos años, todo lo que se diga sobre diseño, cultura y sociedad está muy bien, de hecho todo eso incide sobre el significado, la misión, y las posibilidades de éxito del producto y la marca, pero al final del día la cosa se resume en dos palabras: facturar y cobrar. Lo que significa que, si todo lo anterior no se traduce en ventas y resultados, el resto se queda en palabras bellas pero inútiles. Una empresa verde que no logra sobrevivir no es ni verde ni nada: simplemente no es.
Habrán de perdonarnos que la sostenibilidad nos absorba tanto tiempo de reflexión en los últimos meses (quizá incluso años), pero ni siquiera es un tiempo proporcional al de la enorme prevalencia del tema en el discurso oficial y en la conversación político-empresarial cotidiana. La creciente alarma por el cambio climático, sumada a noticias sobre la contaminación por residuos, justifica la urgencia de tomar medidas. Pero también distorsiona el foco.
Los políticos actuales tienden a la prepotencia. Hay que tenerlo en cuenta.
Si en el provocador titular de nuestro artículo anterior decíamos que la Sostenibilidad Ya No Vende (por el hecho de que todo aquello que se convierte en un estándar pierde carácter diferenciador), esta vez queríamos «rematar» el análisis con una afirmación distinta. Y es que, a veces, la sostenibilidad puede incluso impedir o dificultar la tarea previa a la venta, o asfixiar a quien pretende competir en el mercado.
Es una perspectiva diferente. No se refiere a la disonancia entre demandas reales (no declaradas, sino efectivas) de los consumidores y el mensaje publicitario-argumental de las marcas. Sino a los obstáculos para el desempeño de las empresas en su actividad diaria, a causa de los condicionantes que, en aras a una mayor sostenibilidad del sistema, imponen las administraciones públicas.
En noviembre informábamos de lo abordado este año en el programa post-asamblea de la asociación algodonera Aitpa, y titulábamos de este modo: «el día de las advertencias contra la hiperregulación». Es algo que también se viene avisando desde la patronal europea Euratex y desde otras instancias. Y que nosotros mismos, desde Textil Exprés, hemos advertido con anterioridad.
Verán: en los últimos tiempos, los políticos entienden que el mejor signo de «coraje» de su casta es el de pisar callos y lanzarse a tumba abierta. Nos sucede en España. Eso explica los avisos ministeriales de que van a hacer algo determinado y que les encantaría que fuese con el consenso de todos, ya sean políticos de partidos contrarios, o empresarios y agentes sociales, o afectados en general. Pero que, si encuentran objeciones, lo harán igualmente.
Así que la mejor negociación es la de asentimiento, ya que en el fondo les importa un comino lo que piensen las partes. No es casualidad que aquella frase de popularidad circunscrita al ámbito infantil se haya institucionalizado entre la clase política: equis cosas se harán «sí o sí». Entienden que la «valentía y el compromiso» político es el de quienes por norma practican el «ordeno y mando». Son las interpretaciones modernas, y así nos va.
De ese modo, los ciudadanos, y sus representantes asociativos, a menudo evitan la confrontación y adoptan una actitud extremadamente colaborativa, casi sumisa, porque entienden que no existe otro camino capaz de rendir algún resultado, por pequeño que sea.
Los agricultores han llegado a un punto en que estiman necesario hacer algo más. No es seguro que con ello vayan a conseguir mucho más.
Los políticos actuales creen que gobernar es legislar mucho, numéricamente hablando.
Tal planteamiento político se acompaña de la obsesión hipernormativa. En España nuestro presidente presume cada cierto tiempo del número de disposiciones que ha adoptado su Gobierno. Creen que la eficacia se mide por el número de decretos, de órdenes, de leyes tramitadas. No por la calidad, sino por la cifra. La máxima de que, si tienes algo bueno, mejor no tocarlo, no les sirve. En realidad, si quieres regular mucho, necesariamente habrás de entrar tanto en lo que requiere soluciones como en lo que ya estaba bien. Hay que remover. Y, como lo que opinen los afectados no importa, se remueve, tanto para bien como para mal.
Esta costumbre es quizá más evidente y exagerada en la España reciente y actual, por comparación con épocas pasadas, pero en la Unión Europea ocurre un poco lo mismo. La Comisión y el Parlamento han de justificar su existencia por el número de normas que aprueban, y acreditar su independencia mostrando «la valentía» de pisar muchos callos. Es cierto que en ocasiones admiten negociación y el juicio de personas que conocen mejor que los políticos la realidad de los campos que se ven afectados por sus medidas. Lo hacen probablemente más que en la España contemporánea. Pero en lo tocante a sostenibilidad los políticos de toda Europa creen que lo saben todo. En parte porque han adoptado una visión maniquea del mundo: o eres un salvaplaneta o eres un negacionista. Los primeros (salvaplaneta) lo saben todo y hacen lo que creen que deben hacer, sin atender a objeciones. Son maximalistas. Y los políticos europeos, en materia medioambiental, a veces lo son.
Verán, las normas europeas que están llegando, algunas con entrada en vigor muy próxima, tienen entre otras «virtudes» la de complicar enormemente la vida, no solo de grandes empresas sino de pymes, e incluso de «startups». En materia de sostenibilidad, algunas disposiciones obligarán a crear memorias, planes, y a documentar un montón de medidas y procedimientos que acrediten el comportamiento sostenible. Además, estar en regla con lo que quede dispuesto requerirá un esfuerzo extra, con su correspondiente coste.
De un lado, se comprende que, sin normas, un Dupont cualquiera tendría mano libre (como ha sido durante años) para envenenar las aguas con ingredientes de Teflon, por ejemplo. Así que las normas son buenas. Pero está claro que un exceso de papeleo puede frenar buenas iniciativas.
A menudo se dice que lo mejor para una economía sería que, quien tenga una idea empresarial, pueda lanzar su aventura en cuestión de horas, o incluso de minutos. Cuanto menos papeleo, mejor. Y lo mismo cabe decir del funcionamiento cotidiano. Pero las autoridades europeas lo ven de otro modo. Antes de emprender, lo primero es rellenar documentos, y contratar a alguien que lleve mucho más que meramente la contabilidad. Sí, siempre ha sido así. Pero ahora lo es más, y pronto lo será todavía más, aunque haya estado bien vista durante algún tiempo la promesa de que sería cada vez menos.
Los políticos actuales suelen ignorar la lealtad propia y de terceros para con sus ciudadanos.
Pero hay otro aspecto relevante, que es el de la lealtad en el marco operativo. Ya hemos tratado en Textil Exprés de la necesidad de garantizar que todo el producto textil/moda que compita, al menos en el mercado europeo, garantice el cumplimiento de las mismas normativas que se van a exigir al producto hecho en Europa. Esto no va a ser fácil, por más que se instituyan sistemas solventes de trazabilidad. Estos son necesarios y se están efectuando avances que los vuelven más sencillos, eficaces y asequibles. De algunos venimos informando en nuestro medio. No obstante, introducen otra complejidad añadida. Y, sobre todo, no garantizan que vayan a aplicarse en otros mercados externos, que están ganando notable importancia en el mundo, tanto en volumen como en valor. Pueden crearse dos grandes esferas de distinto grado de exigencia, en perjuicio de quienes quieran producir en los países más exigentes. Vamos a ver una competencia entre bases de producción laxas frente a bases de producción lastradas. No, no será tan simple como esta reducción argumental. Pero el peligro existe, es real, está ahí.
Existe el viejo dicho que no hay que ser más papistas que el Papa. Y en materia de sostenibilidad la UE quiere llevar el liderazgo, ejemplar y ejemplarizante, pero corre el riesgo de acabar sacrificando a su propia industrial adoptar una actitud más represiva que incentivadora, más orientada a la sanción que al estímulo, y quizá (confiemos en que no) más permisiva con ciertos países proveedores que con el escenario interior común. La promesa, de momento, es que todos deberán pasar por el mismo aro. Pero esperemos a los hechos.
Nos viene perfecto, para lo que estamos tratando, el ejemplo de lo que ocurre estas semanas últimas con el sector agrario. Cuando se celebró Heimtextil a primeros de enero en Fráncfort, uno de los temas en Alemania era la protesta de sus agricultores y ganaderos. Un día, las inmediaciones del recinto ferial se constituyeron en punto de encuentro de tractores que hacían sonar sus bocinas. La cosa ha ido a más en distintos países de la Unión Europea. Hay peleas intestinas, como la de los agricultores y ganaderos franceses que la han tomado contra el producto español, cuando su principal competencia (como en toda la UE) está fuera de Europa. Pero en general hay un enorme malestar por las exigencias de sostenibilidad que les perjudican frente al producto que entra de terceros países, que no solo es más económico por el menor coste de sus recursos humanos, sino por la laxitud legal de esos países en materia medioambiental.
Todo el mundo sabe que el principal componente del precio de los combustibles en Europa es de orden fiscal. Cuando los Gobiernos dicen apoyar a su agro, «subvencionan» el gasóleo agrícola, lo que en realidad significa que le reducen la carga impositiva. Cuando retiran esa «subvención» dicen hacerlo porque están a favor de la descarbonización. Sin embargo, en el Norte de África los agricultores no tienen que preocuparse por la descarbonización. Pero tampoco están obligados a que cierto porcentaje de su producción sea «sostenible» o «bio» o lo que algún purista imponga en la normativa correspondiente.
Los agricultores y ganaderos que este mes de enero han clamado contra la CE lo han hecho criticando precisamente una política agraria común (PAC) que, según dicen, atiende más al medio ambiente que a las necesidades de los agricultores y ganaderos. En España han denunciado que este sector tiene que soportar una burocracia pesada, un excesivo número de trámites, y, según han dicho en Asaja, «un medioambientalismo absurdo que no podemos resistir».
Los políticos de hoy prefieren parques eólicos y fotovoltaicos a frutales. Apliquen el ejemplo a cualquier sector.
No me imagino a una empresa del textil y de la moda diciendo algo parecido.
- Primero, porque el textil empuña con convicción la bandera del medioambientalismo, y es bueno que así sea.
- Segundo, porque la presión mediática y de las oenegés sobre el sector de la moda es muy fuerte.
- Y, tercero, porque el textil no puede sacar los tractores a las carreteras.
Aunque quizá el orden correcto sea el inverso. Es decir, que lo más grave es que el textil no tiene tractores.
Aunque tampoco es seguro que el agro vaya a conseguir mucho a medio y largo plazo. A la UE le importan los agricultores en víspera electoral. A medio plazo, puede que prefiera la desertización del campo y la sustitución de las cosechas, que cada vez rentan menos al sector, por los parques solares y los molinos de viento. Los alimentos, mejor que lleguen de fuera a bajos precios, para ayudar a contener la inflación.
De hecho, es lo que estamos viendo. La sostenibilidad energética, a menudo de un negro panel solar, puede sustituir el cultivo de lo que es auténticamente de color verde: las hortalizas y los frutales.
El reto del textil es desempeñarse con éxito, desde su vocación de sostenibilidad, en un entorno que puede asemejarse a un campo de minas y alambradas normativas. No va a ser fácil. Pero es lo que hay.
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